Wednesday, October 01, 2014

GENES Y LIBERTAD

El debate aún sobrevuela en un ámbito filosófico-jurídico-científico, si bien en 2009 un tribunal italia­no redujo en un año la sentencia de un asesino por­que los peritos identificaron en él un gen, el MAOA (monoaminooxidasa-A), asociado a carácter violento y conducta anti­social. Es evidente que las acciones de las personas dependen de factores como su personalidad, sus genes, sus circunstancias y sus entornos socia­les. ¿Qué margen le queda a la liber­tad individual? El dilema es tan viejo como el hombre: el destino frente a la elección personal, el determinis­mo contra el autodominio. Violentos y delincuentes siempre tienen ra­zones para sus delitos: venganza, necesidad, ofus­cación, justicia... El contrato social, las normas de convivencia y esa ley natural inscrita en el corazón humano establecen unos límites, unos juicios y unos castigos.

Pero si esa conducta ilegal está predeterminada, ¿merece más comprensión judicial y social? “Un error común es pensar que si se identifica una cau­sa habría excusa o mitigación del hecho delictivo”, afirmaba Stephen Morse, profesor de Derecho de la Universidad de Pensilvania, en The Verge.

Y Jorim Tielbeek, neurocientífico y criminólogo del Centro Médico de la Universidad de Amsterdam, coincidía con Morse: una “predisposición genética hacia la comisión de un delito no significa necesa­riamente disminución de responsabilidad”. Aunque los científicos hayan establecido vínculos, “no hay relación predictiva clara entre un gen y un acto criminal, pues puede haber cientos de genes involucrados en la conducta delicti­va, y cada uno tendría un efecto muy pequeño”.

A pesar de un puñado de ejemplos controvertidos, el uso de la confi­guración genética no parece estar teniendo gran impacto en los pro­cedimientos judiciales. Un estudio aparecido en agosto de 2012 en Science analizó el efecto de la genética en las condenas de psicópa­tas y encontró que la sentencia promedio es de 13 años cuando se presentaban propensiones genéticas y de 14 cuando no era así. “No difiere mucho de cualquier otra cosa que ya se esté utilizando para sopesar las penas”, comenta Kevin Beaver, crimi­nólogo de la Universidad Estatal de Florida, como unos padres con antecedentes, una pandilla violenta o abusos infantiles.

En un estudio de este año en Journal of the Ame­rican Academy of Psychiatry and the Law (42; 91- 6 100, 2014), Paul Appelbaum, psiquiatra de la Uni­versidad de Columbia, presenta el impacto de los genes agresivos en los casos de homicidio a través de una encuesta con 250 personas: la mayoría son renuentes a aceptar las reclamaciones de respon­sabilidad disminuida o peticiones de reducción de penas sobre la base de excusas genéticas. Y en un ensayo del mes pasado en Neuron (82; 946-949, 2014), Appelbaum alertaba de los riesgos de la in­troducción prematura de condicionamientos genéti­cos en los tribunales: “Las supuestas asociaciones entre genética y conducta no son demasiado reales, y pueden ser malinterpretadas por los jurados”, sal­vo la de que “el cromosoma Y es el factor principal para la violencia”, apostilla Morse.

(José Ramón Garate. Diario Médico 21/27-VII-2014)

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