Sunday, April 20, 2008

EYTANIASIA Y PALIATIVOS

Sylvie Menard se dedicaba a curar el cáncer desde mucho antes de que le fuera diagnosticado un cáncer de huesos. El compatibilizar su papel de médica con el de paciente le ha llevado a cambiar algunas de sus actitudes frente a la enfermedad. Antes era partidaria de la eutanasia. Ahora se enfrenta a ella. Así lo hace en unas declaraciones a la revista Huellas, publicada recientemente.

Antigua alumna del profesor Veronesi –padre del testamento vital en Italia– afirma que siempre estuvo convencida de que cada uno debe decidir su suerte, pero “cuando me puse enferma, cambié radicalmente de postura”.

La aproximación personal a la enfermedad grave y la vecindad con la muerte, cambió su opinión: “Cuando enfermas, la muerte deja de ser algo virtual y se convierte en algo que te acompaña en la vida diaria. Y entonces te dices: ‘voy a hacer todo lo posible para vivir el mayor tiempo posible’”. Fue entonces cuando la doctora Menard dio un giro a sus posturas y si antes se oponía a tratamientos que con facilidad calificaba de encarnizamiento, ahora reconoce que “hoy cualquier cosa me vale si implica una nueva posibilidad de vida”.

Menard está casada y tiene un hijo. En la actualidad es la directora del Departamento de Oncología Experimental del Istituto dei Tumori de Milán. Para ella, quienes dicen sí a la eutanasia, lo hacen por dos motivos: no quieren sufrir ni perder la autosuficiencia convirtiéndose en una carga para los demás. Sylvie Menard, como enferma, reconoce que “no quiere tener dolor” y que “el enfermo tiene derecho a aliviarlo”. Como médica, se da una respuesta consoladora: “la terapia del dolor ha avanzado ostensiblemente en los últimos años”. Con respecto a la añorada autosuficiencia de quien por enfermedad la pierde, Menard piensa que “incluso si uno no está en plenitud de facultades y no puede levantarse porque está tendido en una cama, pero sigue contando con el afecto de sus familiares, en mi opinión, incluso en esas condiciones, merece la pena vivir”.

Menard sostiene que sobre las peticiones de eutanasia de los enfermos en fase terminal hay bastantes mitos. Citando un estudio hecho en Canadá, basado en encuestas a enfermos terminales, dice que allí se veía que en la mayoría de los casos “los que están a favor, lo están para el de la cama de al lado, pero no para sí mismos”, y “los que en la primera entrevista estaban a favor, ya no lo estaban en la segunda, porque se cambia fácilmente de opinión, dependiendo del estado de ánimo”. En cuanto a otro tipo de encuestas, afirma que “los que estando sanos se pronuncian sobre la eutanasia, en realidad no tienen ni idea de lo que pensarían si estuvieran enfermos”.

Actualmente la doctora Menard forma parte de un equipo que busca humanizar la medicina. “Con los años, la medicina se hace más tecnológica” y muchas veces “se ve al paciente como en muchos trozos”. “Lo que falta –continúa la doctora– es lo que une todas las piezas. Al paciente, con sus preocupaciones y sus preguntas, se le abandona”.

Como enferma y como médica defiende con vigor los cuidados paliativos. Dice que “son cuidados para la persona, no para la enfermedad”, porque “pueden eliminar el dolor”; pero no solo eso, sino que medicina paliativa “es todo aquello que mejore la calidad de vida del paciente en fase terminal”. Y en su papel de doctora, confirma que “a la medicina no se le pide que cure la enfermedad, sino que cure al paciente”. Por eso, opina que “si un paciente me pide la muerte, significa que yo no he cumplido con mi deber como médica”.

Wednesday, March 05, 2008

ENFERMOS TERMINALES

El 25 y el 26 de febrero ha tenido lugar en el Vaticano el Congreso Internacional de la Academia Pontificia para la Vida, que este año se ocupaba de los problemas éticos relacionados con el final de la vida y la enfermedad terminal. Además de la intervención de Benedicto XVI, el Congreso aportó otras interesantes conclusiones.

Una de las especialistas invitadas al congreso fue la doctora Paulina Taboada, internista especializada en medicina paliativa, profesora de la Pontifica Universidad Católica de Chile y directora del Centro de Bioética de la misma universidad. En su exposición sostuvo que un excesivo énfasis en el principio de autonomía del paciente, en la toma de decisiones sobre su terapia, conduce a un déficit de la cercanía y de la responsabilidad del médico.

Se enfrentaba así a una tendencia médica muy extendida, sobre todo en el ámbito anglosajón, que propugna, en palabras de Taboada, “la capacidad de decidir del paciente y su total responsabilidad: lo que él decida es, en definitiva, lo que debe hacerse”. La doctora puntualizó que es cierto que “la responsabilidad última hacia la salud y la vida propia la tiene uno mismo, pero para poder tomar una decisión responsable en cuanto a los tratamientos médicos se necesita información, y ésta habitualmente viene del personal médico”; por lo tanto, concluye que “para que el paciente pueda ejercer bien esta responsabilidad necesita que el equipo sanitario le brinde una información comprensible, completa, adecuada a su situación y que de alguna forma también incluya un juicio moral”.

Diálogo médico-paciente

La propuesta alternativa que propuso la doctora Taboada se basaba en un diálogo entre médico y paciente para llegar a una decisión común sobre la terapia adecuada. Según su parecer, “dejar al paciente solo en la toma de decisiones, entregándole únicamente información –por ejemplo, estadísticas–, y luego esperar a que opte por lo que quiera, es una forma de abandono del paciente, y una forma de individualismo”.

Durante su intervención, aportó también interesantes argumentos relativos al contexto social que ha de rodear al paciente, sobre todo en las etapas terminales de la enfermedad: “Cuando uno sufre se ven afectadas todas las dimensiones y se experimenta una cierta soledad; hay algo incomunicable; (...) pero cuando una persona se aproxima al final de su vida esto se multiplica, porque a los sufrimientos físicos –dolor, debilidad, náuseas, pérdida de la imagen corporal...– se suma el dolor espiritual de aproximarse al fin de la vida y no saber qué viene después, cómo será este fin, si habrá dolor, si se estará acompañado o solo”.

Desde su experiencia en atención de enfermos terminales a través de la medicina paliativa, la doctora subrayó la importancia de “aprender a escuchar”; y dijo que esto “supone también captar los signos corporales, no sólo las palabras”, pues “en numerosas ocasiones los pacientes expresan mucho de lo que están viviendo a través de gestos, desde la postura en la cama a los ademanes de las manos, de la cara”.

La doctora Taboada trató de definir en sus justos términos algunos de los conceptos esenciales en los juicios éticos en torno a las terapias, como la distinción entre medios ordinarios y extraordinarios, que no siempre es bien comprendida en el estamento médico. En su opinión, “la mentalidad médica está formada por un pensamiento científico-técnico al que le gustan las respuestas concretas y rápidas”; y, sin embargo, “para poder responder hasta dónde llegar con terapias médicas hay que hacer un juicio ético, un juicio prudencial, que es complejo, que necesita calma y tomar en cuenta muchos elementos”. Entre esos elementos de juicio, la doctora Taboada se refirió a “la utilidad médica del tratamiento, es decir, la evidencia científica que existe de que ese tratamiento puede ayudar a ese paciente en concreto”.

También mencionó como factor que tener en cuenta en la decisión “las complicaciones de estos tratamientos, ya que todos tienen asociado algún efecto adverso”. Por último, hay que tener en cuenta “si ese tratamiento está disponible en el lugar de que se trate”. En este sentido reconoció que se trata de “una cuestión compleja en países pobres, porque en las capitales puede existir y en los pueblos más alejados no”.

Hacer las paces con la muerte

El presidente de la Academia Pontificia para la Vida, Mons. Elio Sgreccia, cerró el Congreso con una conferencia en la que abordó el delicado momento de la comunicación al paciente del carácter incurable de su enfermedad. Al tratar de los obstáculos que dificultan a la sociedad y al individuo enfrentarse a la verdad de la muerte, se refirió a “la secularización de la cultura y de la sociedad”, a la “experiencia del bienestar” y al “aumento de la vida media” en los países desarrollados. Desde el punto de vista del médico, como interlocutor importante del diálogo, se refirió a un obstáculo importante, al decir que con los avances médicos, la muerte pasa “de ser considerada como evento natural en el ámbito mismo de la medicina, a contemplarse como fracaso, limitación, falta de éxito”.

La propuesta de Sgreccia se apoyó en una frase: “con la muerte –dijo– hay que hacer las paces cuando se vive”. Con esto, el presidente de la Academia subrayó que la desorientación al afrontar el tramo final de la vida procede de “no haber anticipado un concepto de muerte en nosotros mismos que esté abierto a la esperanza, a lo positivo, y por lo tanto sostenido por el amor”.

Con este objetivo, sugirió a los médicos construir este difícil diálogo sobre lo que llamó la verdad global, es decir, “la del valor que tienen esos días, la de la esperanza que tenemos enfrente, la del momento del encuentro con Dios, especialmente si el paciente está abierto a la fe; si no, hay una labor que hacer para orientar, si es posible, hacia lo positivo, hacia el acto final de la vida”. Para Sgreccia, en ese momento de la muerte cercana se ha de hablar no sólo de una “verdad clínica”, sino de “una verdad global”.

Tuesday, March 04, 2008

SEDACION

Con motivo de una sentencia judicial recientemente emitida por el
correspondiente Tribunal, en la que se exculpa al Dr. Montes de los cargos
que se le habían imputado por las prácticas de sedación paliativa en el
Servicio de Urgencias del Hospital Severo Ochoa de Leganés en Madrid,
nos ha parecido de interés recoger algunos párrafos de un artículo
publicado por el Dr. Manual González Barón, uno de los más destacados
expertos españoles sobre esta materia.
Se afirma en el artículo en cuestión: “Un documento de la Sociedad
Española de Cuidados Paliativos de septiembre de 2006 definía la sedación
paliativa como la administración deliberada de fármacos, en las dosis y
combinaciones requeridas, para reducir la conciencia de un paciente con
enfermedad avanzada o terminal, tanto como sea preciso para aliviar
adecuadamente uno o más síntomas refractarios y con su consentimiento
explícito, implícito o delegado. Evidentemente no hay que confundir la
sedación, éticamente aplicada, con la eutanasia. Como se explica en el
documento que acabo de mencionar, ambas difieren en el objetivo, la
indicación, el procedimiento, el resultado y el respeto a las garantías éticas.
En la sedación, la intención es aliviar el sufrimiento del paciente, el
procedimiento es la administración de un fármaco sedante en dosis
proporcionadas y adecuadas y el resultado el alivio de ese sufrimiento; en
cambio, en la eutanasia la intención es provocar la muerte del paciente, el
procedimiento es la administración de un fármaco en dosis letal y el
resultado, la muerte. Puede ser el mismo fármaco el que se use en la
sedación o para provocar la muerte. La diferencia está en la dosis.
Podríamos decir que la sedación tiene un efecto positivo -alivia el sufrimiento-
y uno negativo -reduce el nivel de conciencia. En cambio, no
está científicamente demostrado que una sedación correctamente practicada
acelere la muerte. Pero el estado de consciencia es un bien para la persona y
debe haber una razón de peso para privarla de él. Por eso, no sería ético
sedar por sistema al final de la vida a todos los pacientes aunque no fuera
verdaderamente necesario para controlar sus síntomas. Tampoco sería
éticamente aceptable sedar sin consentimiento del enfermo, o con el único
fin de ahorrarse molestias el médico o la familia. En cambio, no supone
ningún problema ético -sino que es un deber para el médico- proceder a la
sedación de un enfermo, con su consentimiento previo, cuando -agotadas
otras posibilidades- se llega a la conclusión de que es el único recurso para
controlar algún síntoma físico o psíquico de entidad (por ejemplo, disnea,
dolor, delirium o distrés emocional), que sea refractario a otros
tratamientos.
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Cuando un médico indica la sedación, conviene que reseñe en la historia
clínica el motivo de la indicación, el modo en que se ha explicado al
enfermo este procedimiento y la manera en la que él ha prestado su
consentimiento. Para hacer las cosas de manera adecuada y sin prisas, es
recomendable tratar con tacto y antelación este asunto con el paciente, sin
esperar al momento en que su necesidad sea ya perentoria. De ordinario
será conveniente que el médico hable primero a solas con el enfermo,
repasando con él -de manera delicada pero realista- las posibles complicaciones
que suelen presentarse en la evolución de la enfermedad y los
medios que se pueden poner, incluida la posible sedación. Después si al
paciente le parece bien, suele ser oportuno volver a tratar el asunto con él
en presencia de la enfermera y de algún familiar.
Llegado el momento de proceder a la sedación, habrá que elegir el
fármaco más adecuado -que no suele ser la morfina- y administrarlo hasta
llegar a la dosis mínima eficaz, con la que se alcanza el efecto deseado (el
alivio del síntoma refractario). Si es posible, convendrá plantearse actuar de
manera gradual, comenzando por una sedación superficial. En algunos
casos puede bastar una sedación intermitente para aliviar al enfermo: se
trata de una sedación suave, de la que se vuelve a sacar al paciente al cabo
de unas horas. En otras ocasiones, sin embargo, se requerirá una sedación
más profunda y permanente para conseguir el alivio necesario.
Lógicamente, puede presentarse alguna situación excepcional y urgente
en la que sea ético sedar al enfermo sin haber obtenido previamente
su consentimiento expreso, si es el único modo de aliviar su intenso sufrimiento:
por ejemplo, ante una hemorragia repentina y masiva que no se
puede controlar. Pero parece claro que el sitio más adecuado para atender a
un enfermo en fase terminal y que pueda requerir una sedación no es un
servicio de urgencias de un hospital: la propia naturaleza de este tipo de
servidos no facilita hacer las cosas con el sosiego deseable en esos casos, ni
ir preparando al paciente con la debida antelación; además, allí casi siempre
habrá que actuar con prisa, aislando al paciente de su familia, y sin un
conocimiento profundo de la historia y de las preferencias de cada enfermo.
Los servicios de urgencias de los hospitales son excelentes en su funcionamiento
y en sus resultados, y los competentes profesionales que en
ellos trabajan salvan muchas vidas cada día; pero está claro que no son los
servicios idóneos para atender, por ejemplo, a las personas que están en la
fase terminal de cualquier enfermedad. Estos pacientes necesitan tener
cerca a sus seres queridos en un entorno acogedor, y ser atendidos por
médicos y enfermeras que les conozcan bien y estén correctamente
formados en Cuidados Paliativos. De ahí la necesidad de disponer en cada
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núcleo de población del suficiente número de unidades domiciliarias y
hospitalarias de Cuidados Paliativos, para poder atender adecuadamente a
esos pacientes y a sus familias: éste es el verdadero reto que tenemos para
llegar a cuidar a todas esas personas como realmente se merecen (DM, 7-II-
2008).

Sunday, February 24, 2008

EL PODER DE LA CIENCIA Y DIGNIDAD VIDA HUMANA

Junto con el notable avance de la ciencia, se ha introducido también una corriente ideológica que pretende explicar todos los comportamientos humanos en términos puramente científicos. Se trata de un materialismo que puede tener, a la larga, efectos devastadores sobre el hombre. En una conferencia organizada por el Manhattan Institute, de la que seleccionamos unos párrafos, Leon R. Kass, ex presidente del Consejo de Bioética del Presidente de EE.UU., explicó este fenómeno y señaló que la filosofía y la religión son el mejor contrapeso.

En estos tiempos, defender la dignidad de la vida humana no es cosa de broma. Entre las amenazas actuales a nuestra condición humana, las más profundas vienen del ámbito más inesperAlmudi.org - Leon R. Kassado: nuestras maravillosas y muy humanas ciencia y técnica biomédicas. El poder que nos otorgan para modificar el funcionamiento de nuestros cuerpos y de nuestras mentes se está empleando ya para fines que exceden la terapia, y quizá pronto se podrá usar para transformar la misma naturaleza humana. En el curso de nuestra vida ya hemos visto cómo las nuevas tecnologías biomédicas han alterado profundamente las relaciones naturales entre sexualidad y procreación, identidad personal y corporalidad, capacidades humanas y logros humanos. La píldora, la fecundación in vitro, alquiler de úteros, clonación, ingeniería genética, trasplante de órganos, prótesis mecánicas, drogas para aumentar el rendimiento, implantes electrónicos en el cerebro, Ritalin para los jóvenes, Viagra para los viejos, Prozac para todos. Aunque casi no nos hemos dado cuenta, el tren al deshumanizado Mundo feliz de Huxley ha partido ya.

Lo que está en juego

Pero bajo los graves problemas éticos que plantean estas nuevas biotecnologías yace una cuestión filosófica más profunda, que pone en peligro nuestro concepto de quiénes y qué somos. Las ideas y descubrimientos científicos acerca del hombre y la naturaleza, perfectamente aceptables y en sí mismos inocuos, están siendo reclutados para una batalla contra nuestras enseñanzas morales y religiosas tradicionales, y aun contra nuestra forma de entendernos a nosotros mismos como criaturas dotadas de libertad y dignidad.

Ha surgido una fe cuasi religiosa –me permito llamarla “cientificismo sin alma”– que cree que nuestra nueva biología puede desvelar por completo el misterio de la vida humana, ofreciendo explicaciones puramente científicas del pensamiento, el amor y la creatividad humanos, de la conciencia moral e incluso de nuestra fe en Dios. La amenaza a nuestra condición humana proviene hoy no de la creencia en la transmigración de las almas en la vida futura, sino de la negación del alma en esta vida; no de que se crea que tras la muerte los hombres pueden convertirse en búfalos, sino de que se niega toda diferencia real entre unos y otros.

Todos los amantes de la libertad y la dignidad del hombre –incluidos los ateos– debemos comprender que nuestra humanidad está en peligro.

La ciencia es más modesta

En primer lugar, tenemos que distinguir entre la presuntuosa fe del cientificismo contemporáneo y la ciencia moderna como tal, que empezó siendo una empresa más modesta. Aunque los fundadores de la ciencia moderna querían obtener conocimientos útiles para la vida mediante conceptos y métodos nuevos, comprendían que la ciencia nunca ofrecería un conocimiento completo y absoluto de la vida humana en su totalidad: por ejemplo, del pensamiento, el sentimiento, la moral o la fe.

Eran conscientes –y nosotros tendemos a olvidarlo– de que la racionalidad de la ciencia es sólo una racionalidad concreta y muy especializada, inventada para obtener únicamente el tipo de conocimiento para el que fue concebida, y aplicable solo a aquellos aspectos del mundo que pueden ser captados con las nociones abstractas de la ciencia. La razón peculiar de la ciencia no es, ni nunca se pretendió que fuera, la razón natural de la vida ordinaria y la experiencia humana. Tampoco es la razón de la filosofía ni del pensamiento religioso.

Así pues, la ciencia no pretende conocer los seres o su naturaleza, sino solo las regularidades de los cambios que sufren. La ciencia pretende conocer sólo cómo funcionan las cosas, no qué son y por qué existen. Nos da la historia de las cosas, pero no sus tendencias ni finalidades. Cuantifica determinadas relaciones externas de un objeto con otro, pero no puede decir nada en absoluto sobre sus estados internos, no sólo en el caso de los seres humanos, sino en el de cualquier criatura viva. Muchas veces, la ciencia puede predecir lo que ocurrirá si se dan ciertas perturbaciones, pero evita explicar los fenómenos en términos de causas, especialmente de causas últimas.

Fenómenos cerebrales

Las explicaciones de los fenómenos vitales o incluso psíquicos que ofrece el nuevo materialismo no dejan lugar para el alma, entendida como principio interno de vida. Se dice que los genes determinan el temperamento y el carácter. Las explicaciones mecanicistas de las funciones cerebrales parecen hacer superfluas las nociones de libertad e intencionalidad humana. Los estudios del cerebro mediante neuroimagen pretenden explicar cómo formamos los juicios morales. Una explicación totalmente externa de nuestro comportamiento –el grial de la neurociencia– reduce la relevancia de nuestra interioridad percibida. El sentimiento, la pasión, la conciencia, la imaginación, el deseo, el amor, el odio y el pensamiento son, desde el punto de vista científico, meros “fenómenos cerebrales”. Hay incluso quienes dicen haber hallado en el cerebro humano el “módulo de Dios”, a cuya actividad atribuyen las experiencias religiosas o místicas.

¿Qué sentido tienen nuestras preciadas ideas de libertad y dignidad frente a la noción reduccionista del “gen egoísta” o la creencia de que el ADN es la esencia de la vida, o la doctrina de que todo el comportamiento humano y toda la riqueza de nuestra vida interior se pueden explicar como fenómenos exclusivamente neuroquímicos y por su contribución al éxito reproductivo?

Naturalmente, ni el reduccionismo, ni el materialismo ni el determinismo aquí expuestos son nuevos: ya los combatió Sócrates hace mucho tiempo. Lo nuevo es que esas filosofías parecen estar avaladas por el progreso científico. Aquí, pues, estaría el efecto más pernicioso de la nueva biología, más deshumanizador que cualquier efectiva manipulación tecnológica presente o futura: la erosión, tal vez la erosión definitiva, de la idea del hombre como ser noble, digno, valioso y semejante a Dios, y su sustitución por una concepción del hombre, no menos que de la naturaleza, como simple materia prima para manipular y homogeneizar.

El hombre, más que materia

El nuevo cientificismo no sólo destierra al alma de su visión de la vida: muestra un desprecio desalmado por los aspectos éticos y espirituales del animal humano. Pues de todos los animales, somos los únicos que emitimos juicios morales, los únicos que nos interesamos por cómo hemos de vivir. De todos los animales, somos los únicos que nos preguntamos no solo “¿qué puedo saber?”, sino además “¿qué debo hacer?” y “¿qué puedo esperar?”. La ciencia, pese a los grandes servicios que ha prestado a nuestro bienestar y nuestra seguridad, no puede ayudarnos a satisfacer esos grandes anhelos del alma humana.

Como es bien sabido, la ciencia, por su propia índole, es moralmente neutra, no dice nada sobre la distinción entre lo mejor y lo peor, el bien y el mal, lo noble y lo abyecto. Y aunque los científicos esperan que el uso que se hará de sus descubrimientos será, como profetizó Francis Bacon, gobernado con caridad, la ciencia no puede hacer nada para asegurarlo. No puede proporcionar criterios para orientar el uso del impresionante poder que pone en manos humanas. Aunque persigue el saber universal, no tiene réplica al relativismo moral. No sabe qué es la caridad ni lo que la caridad exige, ni siquiera si la caridad es buena y por qué. ¿Qué nos quedará entonces, moral y espiritualmente, si el cientificismo sin alma consigue derrocar nuestras religiones tradicionales, nuestras concepciones heredadas de la vida humana y las enseñanzas morales que dependen de ellas?

Un progreso científico ciego

En ningún ámbito será esa falta más vivamente sentida que en relación con las propuestas de usar el poder biotecnológico para fines que exceden la curación de enfermedades y el alivio del sufrimiento. Nos prometen mejores hijos, mayor rendimiento, cuerpos siempre jóvenes y almas felices, todo gracias a las biotecnologías “perfectivas”. Los bioprofetas nos dicen que estamos en camino hacia una nueva fase de la evolución, hacia la creación de una sociedad posthumana, una sociedad basada en la ciencia y levantada por la tecnología, una sociedad en que las doctrinas tradicionales sobre la naturaleza humana quedarán anticuadas y las enseñanzas religiosas sobre cómo debemos vivir serán irrelevantes.

Pero ¿qué servirá de guía para tal evolución? ¿Cómo sabremos si las llamadas mejoras lo son realmente? ¿Por qué los seres humanos tendríamos que aceptar ese futuro posthumano? El cientificismo no puede responder estas preguntas morales decisivas. Sordo a la naturaleza, a Dios, e incluso a la razón moral, no puede ofrecernos criterios para juzgar si el cambio es progreso, ni para juzgar nada. En cambio, predica tácitamente su propia versión de la fe, la esperanza y la caridad: fe en la bondad del progreso científico, esperanza en la promesa de superar nuestras limitaciones biológicas, caridad que promete a todos liberarnos definitivamente –y trascender– nuestra condición humana. Ninguna fe religiosa se apoya en fundamento tan endeble.

¿Seremos capaces de luchar contra el mensaje deshumanizador y la ruina moral del cientificismo sin alma? Contamos con buenos argumentos filosóficos para rebatir las doctrinas sin alma del cientificismo y con ennoblecedoras verdades escriturísticas para alimentar el alma humana. Unos y otras hacen posible una defensa humana de lo humano. Ofreceré algunos elementos de esa defensa, comenzando por el lado filosófico.

Primero, pese a lo que sostiene el cientificismo, nuestros orígenes por evolución no refutan la verdad de nuestra singularidad humana. La historia de cómo llegamos a ser no puede sustituir el conocimiento directo del ser que ha llegado a ser. Para conocer al hombre, debemos estudiarlo como es y por lo que hace, no por cómo llegó a ser así. Para entender nuestra naturaleza –lo que somos– o nuestro puesto entre los seres, no importa si salimos del limo primordial o de la mano de Dios creador: aunque tengamos monos entre nuestros ancestros, lo que ha surgido no es meramente simiesco.

Segundo, con respecto a nuestra interioridad, libertad e intencionalidad, hemos de remitirnos a nuestra conciencia. Pues aunque los científicos “probaran” a su satisfacción que la interioridad, la conciencia y la voluntad humana son ilusorias –epifenómenos de la actividad cerebral en el mejor caso–, o que lo que llamamos amar, desear o pensar son meras transformaciones electroquímicas de la materia cerebral, no deberíamos hacerles caso, y con razón.

El testimonio con que la vida se revela al viviente por su propia actividad vital es más inmediato, convincente y fiable que las explicaciones abstractas que difuminan la experiencia vivida identificándola con alguna mutación corporal. El niño más sencillo conoce el rojo y el azul con más seguridad que un físico ciego con sus espectrómetros. Y cualquiera que haya amado alguna vez sabe que el amor no puede reducirse a neurotransmisores.

Tercero, la verdad y el error, no menos que la libertad y la dignidad humana, se convierten en nociones vacías cuando se reduce el alma a química. Aun la propia ciencia se torna imposible, pues la posibilidad misma de la ciencia depende de la inmaterialidad del pensamiento y de la independencia de la mente con respecto al bombardeo de la materia. En otro caso, no hay verdad, solo hay “me parece”. No solo la posibilidad de distinguir la verdad del error, sino también las razones para hacer ciencia se basan en una visión de la libertad y la dignidad humanas que la ciencia misma no puede reconocer. La admiración, la curiosidad, el deseo de no engañarse y un espíritu filantrópico son condiciones indispensables del empeño científico moderno. Todas ellas son distintivas del alma humana viva, no del cerebro disecado.

Los recursos religiosos

Una crítica filosófica del cientificismo puede devolvernos nuestras almas y restaurar la singularidad humana. Pero la filosofía sola no puede colmar los anhelos del alma o satisfacer su búsqueda de sentido. Para obtener tal alimento debemos acudir a otras fuentes, especialmente la Biblia. La Biblia ofrece una profunda enseñanza sobre la naturaleza humana, pero –a diferencia de la ciencia– la pone en relación con los deseos e inquietudes más profundos del hombre.

Por distintas razones, hemos de acudir primero al majestuoso comienzo de la Biblia, la historia de la creación en Génesis 1, que –como era de esperar– es la principal diana del cientificismo sin alma. Génesis 1 no es un relato histórico o científico aislado de lo que ocurrió y cómo sucedió, sino más bien el impresionante preludio de una extensa y completa enseñanza sobre cómo debemos vivir. La Biblia se dirige a nosotros no como si fuéramos observadores racionales e imparciales, movidos ante todo por la curiosidad, sino como seres humanos existencialmente implicados cuya necesidad primera y principal es encontrar sentido al mundo y a la tarea que en el mundo les compete. La primera pregunta humana no es “¿cómo llegó a ser esto?” ni “¿cómo funciona?”, sino “¿qué significa todo esto” y, en especial, “¿qué he de hacer aquí?”.

Las concretas afirmaciones del relato bíblico de la creación comienzan a nutrir los anhelos profundos que el alma tiene de respuestas a esas preguntas. El mundo que ves a tu alrededor, tú mismo, está ordenado y es inteligible, es un todo articulado que comprende distintas especies. El orden del mundo es tan racional como las palabras con que lo describes. Más importante aún: este orden inteligible de criaturas sirve principalmente para demostrar que, contra la opinión nacida de la experiencia humana no ilustrada, el sol, la luna y las estrellas no son divinos, pese a su belleza y potencia sempiternas, y la majestuosa perfección de sus movimientos. Además, el ser es jerárquico, y el hombre es la más alta de las criaturas, más alta que los cielos. Es el único ser que es imagen de Dios.

Las verdades de la Biblia

Estas verdades evidentes no se basan en la autoridad de la Biblia. Más bien, el texto bíblico nos permite confirmarlas mediante un acto de reflexión. Nuestra lectura de este texto, que solo puede estar dirigido a nosotros los seres humanos y solo para nosotros es inteligible, y nuestras reacciones ante él, que solo pueden darse en nosotros los humanos, bastan para probar la afirmación, que el texto hace, de nuestra superior posición. Esto no es un prejuicio antropocéntrico, sino una verdad cosmológica. Y nada que la ciencia nos pueda enseñar sobre cómo llegamos a ser así podría nunca tornarla falsa.

Además de alzar un espejo en que vemos reflejada nuestra especial posición en el mundo, Génesis 1 ciertamente nos enseña la prodigalidad del universo y su hospitalidad para acoger la vida terrestre. También sabemos de la mejor fuente que el todo –el ser de todo lo que existe– es “muy bueno”: “Y Dios vio todo lo que había hecho, y he aquí que era muy bueno” (Gn 1, 31).

La Biblia enseña aquí una verdad que no puede ser conocida por la ciencia, aunque es la base de la posibilidad misma de la ciencia, y de todo lo demás que estimamos. Es verdaderamente muy bueno que haya algo en vez de nada. Es verdaderamente muy bueno que este algo esté inteligiblemente ordenado, en lugar de ser oscuro y caótico. Es verdaderamente muy bueno que el todo incluya un ser que puede no sólo discernir el orden inteligible sino reconocer que “es muy bueno”, que pueda apreciar que hay algo en vez de nada y que él mismo existe y tiene la capacidad reflexiva de celebrar estos hechos con la misteriosa fuente del ser mismo.

El primer capítulo del Génesis nos invita a escuchar una voz trascendente. Responde a la necesidad humana de saber no sólo cómo funciona el mundo sino también para qué estamos aquí. Las verdades que nos muestra hablan de modo más profundo y permanente a las almas de los hombres que cualquier doctrina científica o de fe. Mientras entendamos nuestras grandes religiones como las encarnaciones de tales verdades, los amigos de la religión no tendremos nada que temer de la ciencia, y los amigos de la ciencia que aún no hemos perdido el sentido de nuestra humanidad no tendremos que temer nada de la religión.

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Leon R. Kass, doctor en Medicina y en Bioquímica, miembro del American Enterprise Institute, presidió (2002-2005) el President’s Council on Bioethics, órgano asesor del presidente de Estados Unidos. Es autor de varios libros, entre ellos Life, Liberty and the Defense of Dignity: The Challenge for Bioethics y El alma hambrienta.

LEYES JUSTAS E INJUSTAS: ABORTO

Hay quienes piensan que la ilegalización del aborto va contra el respeto a las democracias, al ir contra lo aprobado por parlamentos que reflejan los deseos de los ciudadanos. Otros afirman que tal ilegalización sería un auténtico atentado a los “derechos humanos” de la mujer, que es la única persona que “decide” sobre lo que ocurre dentro de su cuerpo.

Decir lo anterior supone declarar que la defensa de la vida de los seres humanos no nacidos sería algo ilegal y, por lo tanto, injusto y equivocado. Porque, según algunos, algo se convierte automáticamente en “legal” y “justo” por el simple hecho de ser aprobado por mayorías parlamentarias, por gobiernos o por referéndum.

Sabemos, sin embargo, que ha habido, hay y habrá leyes injustas, leyes que visten de legalidad hechos y actuaciones que dañan o destruyen los bienes o la vida de seres humanos inocentes.

Necesitamos recordar que existe una ley superior, una justicia profunda, que está por encima de las leyes humanas, impuestas a fuerza de votaciones por grupos de poder que hoy, como en el pasado, buscan intereses particulares por encima del respeto de los verdaderos derechos de todos.

Por eso es urgente, hoy como ayer, reconocer que son y serán siempre injustas las leyes que permitan eliminar vidas humanas no nacidas.

Suprimir leyes que permiten el aborto será una señal de progreso cultural y ético, será un signo de coherencia y valor entre quienes combaten contra las discriminaciones basadas en la fuerza de algunos que desean asesinar a los más débiles e indefensos entre los seres humanos: los embriones y fetos.

Sólo entonces

Son justas sólo aquellas leyes que defienden a los hombres, no las que permiten eliminarlos. No hay legalidad, ni democracia verdadera, ni justicia, allí donde sea permitida cualquier forma de aborto.

Los derechos humanos se hacen realidad cuando el “no” al aborto se convierte en su “sí” decidido para ayudar a toda mujer que ha empezado a ser madre, de forma que pueda acoger y cuidar al hijo que lleva en el seno de sus entrañas. Sólo entonces las leyes cumplen su función de promover y proteger la justicia, para empezar a vivir en una sociedad más humana y más digna.

Wednesday, February 13, 2008

CLONACIÓN HUMANA ¿REALIDAD O FICCIÓN?

Se acaba de difundir la noticia de que un grupo de investigación,
dirigido por J French, de la compañía Stemagen
Corporation, de La Jolla, California, en colaboración con
el Instituto de Genética Genesis, de Detroit, han clonado
un embrión humano usando la técnica de transferencia
nuclear somática, la misma que fue utilizada por el equipo
de Ian Wilmut para producir la oveja Dolly.
Según afirman los autores en su trabajo (Stem Cells Express, DOI:
101634/stemcells.2007-0252), publicado el 17 de este mismo mes de enero,
es la primera vez que esto se consigue en el mundo. Volveremos sobre esta
última afirmación.
Hasta aquí los hechos. Hechos que por su potencial importancia, no
solo científica, sino también social, creo justifican un comentario adicional.
En primer lugar, quiero dejar fehacientemente establecida la negativa
valoración ética que merece cualquier experiencia de clonación humana,
tanto sea reproductiva como experimental. La primera porque producir,
gestar y alumbrar un ser humano clonado es algo que, además de repugnar
hasta a la mente éticamente menos exigente por la propia naturaleza de los
hechos, es rechazada por todas las instituciones científicas e incluso por
todos los gobiernos del mundo.
La segunda, la clonación experimental, mal llamada terapéutica, es
así mismo rechazable, porque tras generar un embrión humano, se requiere
cultivarlo, desarrollarlo hasta la fase de blastocisto, para después destruirlo,
para obtener las células madre necesarias para generar las líneas celulares
que van a servir para el proceso experimental. No creo que haga falta
insistir más sobre la valoración ética tan negativa que merece cualquier
experiencia que para realizarla requiera la destrucción de una vida humana.
En este caso de un embrión que ha llegado a desarrollarse hasta blastocisto,
es decir un embrión humano de 50 a 200 células.
Sentado este criterio ético, vamos a referirnos brevemente a algunos
de los aspectos técnicos del trabajo.
10
Indudablemente la clonación humana es un objetivo, se puede decir
que apasionante, para algunos científicos que anteponen su propio interés
profesional, a la consideración ética de los medios que para realizar sus
investigaciones utilizan. Por ello, no es de extrañar que hasta el momento
se haya intentado con empeño conseguirla. En lo que mi conocimiento
alcanza han sido hasta ahora siete los trabajos científicos en los que, de una
forma u otra, se trascribían experiencias, que según sus autores, parecían
indicar que la clonación humana se había conseguido. Pero en nuestra
opinión ninguno de ellos lo ha demostrado. El caso más paradigmático el
del coreano Woo Suk Hwang.
Pero ahora, se publica un nuevo trabajo, el comentado al principio de
este artículo, en el que de nuevo se afirma que se ha clonado un ser
humano, por primera vez en el mundo, pues en opinión de French y
colaboradores, los anteriores experimentos no lo lograron.
Sin embargo, a nuestro juicio tampoco ellos han demostrado
fehacientemente que lo hayan conseguido. En efecto, los investigadores
norteamericanos han utilizado la técnica de la transferencia nuclear
somática, es decir, la transferencia del núcleo de una célula de piel, en este
caso un fibroblasto, a óvulos femeninos sobrantes de fecundación in vitro.
Posteriormente han activado el ente biológico generado y han producido,
partenogenéticamente, un blastocisto, del que, en teoría, se deberían poder
obtener las líneas de células madre embrionarias.
En su experiencia utilizan 29 óvulos procedentes de tres mujeres
jóvenes, de entre 20 y 24 años, consiguiendo generar cinco blastocistos
que, en principio, podrían considerarse como humanos. En tres de los cinco
demuestran que existe ADN similar al de la célula adulta y solo en uno de
ellos que existe ADN de la célula adulta y además de las mitocondrias del
ovocito utilizado. Este último sería, desde un punto de vista genético, el
único clon conseguido. No es posible entrar aquí en el análisis
pormenorizado de si esta prueba, la existencia de ADN de la célula adulta y
del ovocito en las células del blastocisto generado, es suficiente para
demostrar que la experiencia ha sido exitosa. A mi juicio no, pues esta
prueba no parece que tenga suficiente solidez científica, ya que lo que se ha
analizado son extractos de ADN y la producción de estos extractos
procedentes del ADN de la célula adulta y del ovocito se puede conseguir
con cierta facilidad en el laboratorio. No digo indudablemente que French y
colaboradores hayan realizado ninguna práctica fraudulenta, pero si afirmo
que el método utilizado para demostrar que su proceso de clonación ha sido
exitoso, es insuficiente. Para demostrarlo de forma definitiva, tendrían que
11
haber cultivado células madre de los blastocistos producidos y, en las líneas
celulares generadas, demostrar la existencia de ADN idéntico al del
genoma de la célula adulta y al de los mitocondrias del ovocito utilizado. Y
esto no lo han realizado. Además, sorprendentemente, afirman que no lo
han podido hacer porque han utilizado todo el material celular de los
blastocistos generados en los análisis de ADN que han llevado a cabo, algo
que ciertamente cuesta creer.
De todas formas, al igual que en las siete experiencias precedentes, y
en unas muy recientes realizadas con primates, en las que también se
afirmaba que se ha conseguido clonar monos por primera vez, no se han
podido cultivar células madre obtenidas a partir de los blastocistos
generados. Es decir, a nuestro juicio, en ningún caso se ha demostrado
científicamente que la clonación humana se haya conseguido.
Otra cosa distinta es la valoración ética que el posible uso de los
blastocistos generados para experimentaciones biomédicas merece, pues a
nuestro juicio, por un ineludible principio de precaucion ética, hasta que no
se demuestre de forma incontrovertible que esos blastocistos generados no
son humanos, habría que tratarlos como tales. Es decir, nos parece que no
se ha demostrado que se haya conseguido clonar un ser humano, pero
también somos de la opinión que a ese blastocisto generado habrá que
tratarlo como humano mientras no se demuestra que no lo es. Esto implica
que las experiencias realizadas por French y colaboradores y por los siete
grupos científicos que anteriormente lo intentaron y ahora por los equipos a
los que en España el Ministerio de Sanidad ha autorizado a hacerlo, sean,
desde un punto de vista ético, absolutamente rechazables.
Pero aun hay más, como se sabe, el pasado mes de diciembre se
dieron a conocer los trabajos de dos equipos de investigación, uno japonés
y otro norteamericano, que por separado, pero al mismo tiempo, habían
conseguido reprogramar células adultas hasta conseguir un tipo de células,
que han sido denominadas células iPS, similares a las embrionarias y que
pueden sustituir a éstas como material biológico para cualquier tipo de
experiencias, e incluso en un futuro, probablemente no lejano, para ser
utilizadas con fines terapéuticos. El uso de las células iPS no tiene ninguna
dificultad ética, pues en ningún caso para lograrlas hay que destruir
embriones humanos. Pero además de estas razones éticas, también la
producción de células iPS es técnicamente más fácil de conseguir y por
supuesto mas económica que la clonación humana, por lo que no se ve,
desde cualquier punto de vista que se considere, la conveniencia de seguir
con este tipo de experiencias. Ello ha hecho, que importantes
investigadores de este campo de la medicina, como Jean Thomson y Ian
12
Wilmut, hayan manifestado su expreso de dejar de utilizar en sus
investigaciones células madre embrionarias para sustituirlas por células
iPS. Incluso, Ian Wilmut manifestó recientemente, en sus declaraciones en
el New York Times que “dentro de una década la guerra de las células
madre será solo una nota al pie de una página curiosa de la historia de la
ciencia”.
Este circo mediático me recuerda una de las últimas escenas de la
inolvidable película de Roberto Benigni, “La Vida es Bella”, cuando el
protagonista desaparece por la esquina de una calle, ante la mirada
expectante de su hijo, para morir por un disparo de un soldado nazi.
Siempre me parece abominable terminar con una vida humana, pero aun
más cuando es a causa de una guerra que ya había concluido. Sacrificio este
inútil y grotesco. Algo parecido creo que sucede ahora con la denominada
clonación terapéutica. Es a mi juicio difícil de comprender el
empecinamiento de algunos por utilizar una técnica éticamente inadmisible
y científicamente en muchos aspectos superada, la clonación humana,
cuando existe otra, como es la producción de células iPS, que puede
utilizarse sin problemas éticos y con mayor garantía científica.
Los responsables del Ministerio de Sanidad y Consumo sabrán, yo lo
desconozco, por qué han autorizado por primera vez en nuestro país la
clonación de embriones humanos y los directivos de los centros y los
responsables de estos trabajos, por qué han solicitado su autorización y
parecen decididos a llevarla a cabo. Yo sinceramente no lo sé.
Justo Aznar (Alfa y Omega, ABC (Madrid), 7-II-2008).

Sunday, February 03, 2008

ES POSIBLE LA CREACION DE VIDA?





Escrito por Nicolás Jouve de la Barreda

A primeros de 2008 ha saltado la noticia de que en el Instituto J. Craig Venter de Rockville, Maryland, se ha creado vida por primera vez. En este comentario señalamos la trascendencia de lo que se ha hecho, que lejos de suponer la creación de un ser vivo, consiste en «resíntesis» en el laboratorio, ó si se prefiere la producción de un «genoma artificial» copia del genoma de la bacteria de genoma más pequeño conocido, el Mycoplasma genitalium. No se conoce todavía sí este genoma será capaz de funcionar como uno natural, aunque el paso para averiguarlo está en la agenda de los investigadores del citado instituto. Todo un alarde tecnológico del que se pueden esperar aplicaciones biotecnológicas extraordinarias, sin descartar ciertos riesgos, por lo que se impone un importante debate ético que no frene estas investigaciones sino que las impulse hacia su vertiente mas positiva para la sociedad.

Tras el alarde tecnológico que hizo posible el conocimiento de la organización del genoma humano, culminado en el 2003, el Proyecto Genoma Humano ha sido el banco de pruebas del que se han derivado importantes avances en el conocimiento de los misterios de la vida, sobre todo al haberse desarrollado nuevas tecnologías que han permitido avanzar en el conocimiento de cómo están organizados los genomas (número de genes, funciones de cada gen, factores de que depende su expresión, funcionamiento interactivo de los genes, etc.). En pocos años hemos pasado de un desconocimiento de la organización de la información genética a contar con las claves para desvelar los misterios de la vida de cientos de especies de virus, bacterias, hongos, plantas y animales. Sin embargo, lo hecho hasta aquí, con ser muy importante, no es suficiente, y el camino a recorrer en la interpretación del «libro de instrucciones» que nos hemos dado es largo pero apasionante para seguir asombrándonos del extraordinario y aparentemente inagotable manantial de la vida, que hizo su aparición sobre la faz de la Tierra hace más de 3.500 millones de años.

Las perspectivas del Proyecto Genoma Humano

En lo que atañe al Proyecto Genoma Humano, todo se ha sobredimensionado y exagerado desde su abordaje a comienzos de los años noventa. Ya entonces se hablaba de descubrir la «piedra roseta de la vida», y ahora estamos convencidos de que lo conocido nos permitirá entender la biodiversidad, saber más sobre el origen evolutivo de nuestra especie, aprender como tiene lugar el desarrollo morfogenético del ser humano y de las demás especies de organización multicelular de complejidad semejante, desarrollar métodos de diagnóstico y terapia de las enfermedades genéticas, y en particular el cáncer, y explotar los recursos que nos ofrecen las demás especies mediante experimentos dirigidos de modificación genética de sus propiedades.

Con los pies en el suelo, y sin desestimar nada de lo hecho, el Proyecto Genoma Humano en sí mismo, es más fruto del extraordinario avance tecnológico en Biología Molecular y Bioinformática, que de ideas necesitadas de demostraciones empíricas. El investigador Richard Lewontin, un importante genético evolutivo americano, afirma que «en realidad el Proyecto Genoma Humano se parece más a una organización administrativa y financiera que a un proyecto de investigación en el sentido usual de estos términos» [1]. Lo cierto es que el meticuloso y complejo trabajo necesario, ha exigido probablemente más tecnología que talento. Lo que se ha hecho en realidad es fragmentar en piezas pequeñas un genoma de 3.100 millones de pares de bases de ADN, para clonarlas, almacenarlas, aislarlas y analizarlas de una en una al máximo detalle, para después recomponer el puzzle, interpretando el significado y la lógica de cada parte y de todo el conjunto. La reducción del todo a las partes, para después integrar las partes en el todo, es un puro ejercicio de reduccionismo muy habitual en la experimentación científica y posible gracias a las nuevas técnicas, por lo que el trabajo realizado se merece antes el calificativo de tecnología a lo grande (big-technology), que de ciencia a lo grande (big-science).

Craig Venter, hoy al frente del Laboratorio del Instituto de su mismo nombre, en Rockville, Maryland, coordinó las investigaciones del Proyecto Genoma Humano que implicaba al grupo privado Celera Genomics, e impulsó el estudio del genoma a partir de la expresión directa de los genes. Su aproximación tecnológica, a diferencia de la llevada a cabo por Francis Collins, coordinador del Consorcio Internacional del Proyecto Genoma Humano, consistió en el análisis de los genes activos (ADN) en las células especializadas, a partir de los mensajeros (ARN-m), que se sintetizan solo en el momento en que se expresan los genes, durante el desarrollo y/ó en el tejido en que corresponde hacerlo. Este trabajo, lo llevó a cabo el equipo del Dr. Venter en el Instituto de Investigación Genómica (TIGR) de Gaithersburg, en Maryland. De este modo, a diferencia del método propugnado por el Dr. Collins [2] se rentabilizaba el estudio del genoma, al estudiar de forma preferente las secuencias codificantes (genes) dejando para una posterior aproximación regiones del genoma menos interesantes. La idea de Venter, ha servido para avanzar en la vertiente funcional de los genes y gracias a su trabajo hoy sabemos mucho no solo sobre la organización de las secuencias del genoma humano, sino sobre todo del papel funcional de cada gen. Hoy podemos afirmar que las consecuencias del Proyecto Genoma Humano para el futuro de la biomedicina son extraordinarias en sus vertientes diagnóstica, farmacológica y terapéutica [3].

El «genoma mínimo»

En 1999, casi a punto de concluir la secuenciación del Borrador del genoma humano, el Dr. Venter y su equipo se embarcó en otra investigación enormemente interesante y de un gran calado para entender el origen y la evolución de los seres vivos [4]. Se trataba de indagar las características genéticas mínimas que debe contener un organismo, es decir, el tipo de genes o funciones mínimas necesarias para soportar una vida celular, o dicho de otro modo el «genoma mínimo» que debe contener un ser vivo. ¿Qué tipo de genes, cuántos y qué funciones son necesarios para sostener la vida celular? Las respuestas a estas preguntas tienen un gran interés para la biología de comienzos del siglo XXI, y su aproximación experimental se refiere a los seres más sencillos de la naturaleza, las bacterias. Los objetivos de esta línea de investigación las expresaba el propio Venter de la siguiente forma en la revista Science: «No pienso que haya muchos biólogos tratando de contestar a la pregunta ¿qué es la vida?... Nosotros estamos trabajando desde una perspectiva reduccionista, probando el conocimiento del genoma más pequeño posible, con el fin de entender cómo trabajan juntos los genes para sustentar la vida».Esta sería la idea inicial de partida hacia la síntesis de un «genoma artificial», mediante el ensamblado lineal de los genes que se considerasen indispensables.

Una forma de abordar el conocimiento del genoma mínimo consistió en el análisis genómico comparativo, para lo que hubo que esperar a tener toda la información de varios genomas de bacterias y estudiar los genes comunes y no comunes. La idea se polarizó hacia los micoplasmas [5] por constituir el grupo de microorganismos más sencillos que se conocen. Se trata de un grupo muy diverso de bacterias, que carecen de pared celular y que, debido a su sencillez estructural y deficiencias funcionales en el medio natural en que viven, aprovechan los sistemas celulares de los organismos huésped y utilizan la maquinaria bioquímica de las células a las que invaden para producir su propia fuente de energía. Estos microorganismos se pueden cultivar en medios in vitro, aunque muestran una extrema dependencia del ambiente requiriendo la adición de diversos nutrientes, proteínas animales, suero sanguíneo, esterol y extractos complejos para su crecimiento. De por sí ya resultaba atractiva la idea de conocer qué genes son necesarios en las diferentes condiciones de cultivo en comparación con los indispensables en el tracto urogenital del huésped humano al que parasitizan.

En 1995 Fraser [6] y sus colaboradores de la universidad de North Carolina, habían culminado al estudio completo de las secuencias de ADN del genoma de Mycoplasma genitalium, que posee un tamaño algo superior a 580.000 pares de bases (pb) nucleotídicas y una capacidad de codificación de unas 485 proteínas. Un año más tarde se había publicado el genoma completo de su pariente más próximo, Mycoplasma pneumoniae [7], que tiene un genoma sustancialmente mayor, de 816.394 pb y con posterioridad se han publicado más de 200 genomas de especies bacterianas, con lo que hoy en día existe una gran cantidad de información para abordar un análisis comparativo de todos estos genomas y deducir qué genes son comunes a todas ellas, cuáles pueden considerarse obligados y cuáles son dispensables.

El camino a seguir para satisfacer la curiosidad sobre el «genoma mínimo» consistiría en investigar todos los genes de todas estas especies y hacer un repertorio de los que cumplen funciones vitales y están presentes en todas ellas. A pesar de la aparente sencillez del método, el abordaje no es tan simple por una serie de circunstancias, pero especialmente por el elevado número de genes que diferencian unas especies de otras, y por la relatividad de su necesidad en dependencia de los diferentes ambientes en que viven.

El grupo de investigación del Instituto Craig Venter, centró su trabajo exclusivamente en el genoma de M. genitalium, y llegó a la conclusión de que esta especie es en sí misma un subproducto derivado de M. pneumoniae [8], que tiene más de 200 genes extra que son dispensables en la primera. Lo que se pone en evidencia con este tipo de análisis es las posibilidades que ofrecen este tipo de análisis para llegar a conocer la historia evolutiva de las especies y en particular para el estudio del papel funcional individual e integral de los genes.

La síntesis del primer «genoma artificial»

En la misma dirección, y rayando en lo que podríamos considerar ciencia-ficción, Hamilton Smith [9], Premio Nobel de Medicina en 1978 y Premio Príncipe de Asturias de Investigación Científica y Técnica junto a Collins y Venter en el 2001, y sus colaboradores del instituto Craig Venter, se planteó la síntesis artificial de un genoma que contuviera el genoma mínimo, mediante el aislamiento previo y ensamblado artificial del repertorio de los genes que se considerasen esenciales para la vida, que se insertarían como piezas dentro de una célula. Lógicamente el modelo que se eligió fue el del genoma bacteriano más sencillo conocido, y este sería el de M. genitalium.

Un paso importante en esta dirección lo supone la publicación el 24 de enero de 2008 de la culminación de la síntesis química completa, el ensamblado y la clonación de un genoma idéntico al de Mycoplasma genitalium [10], sintetizado artificialmente. Se trata de otro alarde tecnológico del mundo de la Genética Molecular, por lo que supone no ya la síntesis de las secuencias de los cientos de genes, sino de su unión longitudinal hasta constituir una réplica sintetizada del genoma de una bacteria, para lo cual se hizo necesario ir uniendo secuencias de varios genes para constituir fragmentos del genoma, que a su vez se unían entre sí para constituir regiones mayores, y así hasta completar el ensamblado de todo el genoma. Para conseguir esto hubo de ensayar vectores de clonación (algo así como transportadores de fragmentos de ADN con capacidad de replicación) en sistemas biológicos de capacidad creciente de almacenamiento.

En concreto, estos investigadores partían de pequeñas piezas de ADN sintetizadas, de un tamaño de unos 5.000 a 7.000 pb, que se iban uniendo mediante técnicas de recombinación in vitro para constituir fragmentos más largos, de 24.000, 72.000 y 144.000 pb (1/4 del genoma total), que una vez empalmadas eran introducidas en unos vectores llamados BACs (Bacterial Artificial Chromosomes) para su clonación en la bacteria Escherichia coli. Estos vectores son muy conocidos en el campo de la genómica y habían sido desarrollados para mantener los largos fragmentos del genoma humano. Sin embargo, su límite de capacidad de transporte de fragmentos de ADN es inferior a la longitud del tamaño total del genoma de Mycoplasma genitalium, por lo que en su trabajo los investigadores del Instituto Venter hubieron de recurrir al traslado de las cuatro cuartas partes del genoma mantenidas en E. coli, a un segundo tipo de vectores y microorganismos de mayor capacidad. De este modo, procedieron al ensamblado de las cuatro partes mediante la transformación asociada a la recombinación de levaduras de la especie Saccharomyces cerevisiae, utilizando como vehículo un tipo de vectores de mayor capacidad, los YACs (Yeast Artificial Chromosomes). De entre los diversos intentos al menos uno dio lugar a un genoma sintético que alineaba de forma correcta las cuatro piezas procedentes de los BACs.

El gran desafío, el alarde tecnológico de esta investigación, consiste en el logro de la síntesis artificial, o más apropiadamente la resíntesis de un genoma previamente existente en la naturaleza. Pero es importante destacar que no se trata de nada parecido al diseño de un genoma, ó a la síntesis de una forma de vida, sino a la recreación de algo que ya existe y cuyo conocimiento detallado, consecuencia de los proyectos genoma, nos ha permitido sintetizar una copia. Los propios investigadores que la han creado señalan como paso a seguir a continuación, la demostración de que este genoma es capaz de funcionar, en sustitución de un genoma natural. Esto supondrá varios años, con suerte varios meses de nuevos experimentos.

Sintetizar un genoma no significa «crear vida»

La cuestión importante que surge a continuación se refiere lógicamente a la finalidad de estas investigaciones. En realidad, lejos de crear un ser vivo en el laboratorio, una especie de Frankenstein a escala microbiana, lo que había animado al grupo de Venter era estudiar las necesidades mínimas de información genética que debe poseer el ser vivo más sencillo, y en su caso utilizar los microorganismos que se obtuviesen tras su incorporación mediante la sustitución del genoma natural por el sintético, para aplicaciones biotecnológicas.

En sus investigaciones, señalan los autores, que de los 485 genes codificantes de proteínas que posee la bacteria Mycoplasma genitalium, hay al menos 100 que de forma individual no parecen indispensables en las condiciones de cultivo de laboratorio, aunque queda por saber cuáles y cuántos de éstos genes serían simultáneamente dispensables. Una vez lograda la síntesis del genoma artificial, la vertiente a seguir es intentar la síntesis de nuevos genomas, mediante la eliminación alternativa de algunos genes, o su sustitución por otros que confirieran a las bacterias recreadas propiedades de interés para su explotación comercial o industrial.

Hoy es prematuro predecir en que acabarán todas estas investigaciones, ni si servirán para desenmarañar los secretos de la evolución microbiana, el control del metabolismo de los microorganismos o su explotación en diferentes direcciones. Lo que sí podemos señalar es que la producción de un genoma mínimo sintético permite pensar en el diseño de genomas que contuviesen un repertorio de genes necesarios para la vida con autonomía suficiente para su supervivencia y reproducción en ambientes artificiales y bajo condiciones muy controladas. De ellas se puede esperar la obtención de productos útiles para el hombre, sustancias químicas o fármacos de interés terapéutico como la insulina, los factores de coagulación de la sangre, vacunas, anticuerpos monoclonales, etc. Se podrían diseñar organismos dotados de un genoma mínimo para reducir el consumo de energía o producir menor cantidad de residuos contaminantes que las bacterias naturales de uso industrial, eliminar los que dificultasen la obtención de un producto génico deseado, realizar tareas específicas, como la degradación de toxinas ambientales, producir biocombustibles, etc.

A pesar del gran logro conseguido es absurdo señalar, como se ha llegado a decir, que el paso dado con las investigaciones del Instituto J. Craig Venter, demuestra que se puede «crear vida» en el laboratorio. Lo cierto es que hasta ahora, lo único que se ha hecho es producir un genoma sintético de imitación. La resíntesis de un genoma bacteriano está muy lejos de la creación de un organismo vivo y desde luego es impensable a una escala superior al de la bacteria. Pensemos que el genoma humano es como mínimo 6.000 veces más grande y contiene cerca de 60 veces más genes que el genoma sintético producido a imitación del micoplasma, y que el nivel de simplicidad de éste no tiene nada que ver con la compleja estructura de los cromosomas humanos, donde aparte del ADN se ensamblan cientos de proteínas de las que depende su organización y el funcionamiento de los genes (por encima de 25.000).

La historia se repite, y este mismo tipo de pretensiones ya surgió hace unos treinta años cuando a mediados de los setenta los investigadores desarrollaron la tecnología del ADN recombinante, consistente en ensamblar de forma dirigida genes procedentes de diferentes cepas de bacterias. En aquel entonces, el escenario fue la Universidad de Stanford, y el equipo impulsor estaba dirigido por el investigador americano Paul Berg, Premio Nobel de Química en 1980. Aquellas investigaciones, como las actuales, promovieron una especial polémica porque se suponía que los investigadores se lanzaban a la aventura de «jugar a dios» y por los riesgos biológicos potenciales que podían plantear los microorganismos recombinantes.

Es importante recordar que, ante la incertidumbre que planteaban las derivaciones de aquellas investigaciones, se estableció una moratoria a la espera de un control adecuado de los riesgos potenciales. En realidad, son pocos los ejemplos en la historia de la ciencia en que los científicos implicados, ante una eventual respuesta inesperada ó contraproducente de sus investigaciones, decidieran unánimemente detener sus experimentos. Sin embargo, tan insólito hecho se dio entonces, en las raíces de la tecnología de la «ingeniería genética» conducente a la obtención de los organismos modificados genéticamente, comúnmente denominados «transgénicos». En febrero de 1975 se reunieron más de cien biólogos moleculares en el centro de conferencias de la ciudad californiana de Asilomar, la mayoría americanos y el resto pertenecientes a otros 16 países. Entre ellos se encontraba Paul Berg y muchos otros importantes investigadores. En aquella reunión se decidió el establecimiento de una serie de pautas de precaución, a las que se obligaban todos los científicos que habían iniciado experimentos de ADN recombinante. Se estudiaron los diferentes tipos de ensayos en marcha y se les asignó un nivel del riesgo: mínimo, bajo, moderado o alto. Para cada nivel de riesgo se estableció un compromiso menor o mayor de contención de los experimentos, de tal modo que se evitase la posibilidad de que los vectores portadores del ADN recombinante, se pudiesen escapar de los organismos bajo experimentación a otros de su entorno ambiental, donde podrían potencialmente llegar incluso a dañar a los seres humanos o crear problemas en los ecosistemas. Esta moratoria fue respetada y cumplida rigurosamente durante años, hasta que aparecieron nuevos procedimientos de obtención de ADN recombinante y vectores más seguros y mejor controlados.

En aquél momento, se cuestionó si sería ético transferir genes entre organismos que no son de la misma especie y alterar de este modo el contenido genético resultante del proceso de la evolución por selección natural. En el momento presente en que se ha llegado a recrear un genoma semejante al de una bacteria se repite la misma pregunta ¿no es esto jugar a dios? Sin embargo, plantearse así las cosas es exagerado e improcedente. Por mucho que modifiquemos o reinventemos genéticamente un genoma ¿qué representan estos pequeños pasos de la ciencia respecto a la inmensa e inabarcable obra de la creación? A lo más que podemos aspirar es a descubrir e imitar algún fenómeno natural como consecuencia de la contemplación de la naturaleza y esto no significa crear algo nuevo, ni suplantar a Dios, ni ascender en no se sabe que pretenciosa escala hasta considerarnos a su nivel.

A raíz de estas investigaciones se tiende a dar rienda suelta a la imaginación y es especialmente frecuente escuchar comentarios que ensalzan el poder ilimitado del hombre y rebajan la mano de Dios a la inexistencia. Sin embargo, debemos situar los avances en su justo término y no sobredimensionar el valor de los «pequeños pasos para el hombre, aunque sean grandes pasos para la humanidad». Francis Collins, coparticipe del logro del conocimiento del Genoma Humano confiesa su agnosticismo hasta los 27 años en su reciente libro Cómo habla Dios [11] y señala cómo el descubrimiento del genoma humano le ha llevado a vislumbrar el trabajo de Dios en la naturaleza. Afirma Collins que «cada paso adelante en el avance científico, es un momento de especial alegría intelectual, pero también un momento donde siente la cercanía del Creador, en el sentido de estar percibiendo algo que ningún humano sabía antes, pero que Dios sí conocía desde siempre», todo lo cual le lleva a concluir que hay bases racionales para un Creador y que los descubrimientos científicos, lejos de alejarlo, llevan al hombre más cerca de Dios.

Todo el acopio de conocimientos sobre los fenómenos naturales, unido a la impresionante escalada en la capacidad tecnológica para modificar genes o ensamblar genomas, nos eleva como mucho a la categoría de buenos imitadores de la naturaleza, pero esto no es una novedad. El descubrir e incluso imitar a la naturaleza es lo que viene haciendo el hombre desde que se despertó en nuestra especie la portentosa y singular cualidad de pensar y dominar el mundo que le rodea. Y, lejos de jugar a Dios, lo que en el contexto de la tradición judeo-cristiana estamos haciendo es cumplir con los designios que Dios asignó al hombre desde un principio, un plan perfectamente trazado en el Génesis [12] «Hagamos al hombre a imagen nuestra, según nuestra semejanza, y domine en los peces del mar, en las aves del cielo, en los ganados y en todas las alimañas, y en toda sierpe que serpea en la tierra».

Por tanto, de vuelta al terreno humano, lo que es cierto es que se trata de unas investigaciones difíciles y arriesgadas que pueden dar lugar a diversas aplicaciones de interés, cuyas implicaciones de carácter social, comerciales, éticas y legales deben ser analizadas. Esto quiere decir que la producción de genomas sintéticos de diseño nos debe situar ante un importante debate ético, ya que, al margen de otras consideraciones y de los potenciales beneficios, no siempre se pueden predecir las consecuencias o las desviaciones posteriores derivadas de la utilización de las presumibles bacterias que llegaran a producirse. La experiencia de las últimas décadas demuestra que, incluso pequeñas alteraciones genéticas en organismos sencillos, pueden derivar hacia consecuencias imprevistas. Aunque los organismos producidos mediante la síntesis de genomas mínimos no tienen necesariamente por qué plantear más riesgos que los organismos modificados genéticamente por técnicas de ingeniería genética convencional, esta tecnología podría acelerar el paso hacia la obtención de organismos cada vez más complejos que podrían obligarnos a hacer frente a riesgos impredecibles, o incluso en la utilización con fines tan negativos como los que se refieren a la «guerra bacteriológica». Pero esto tampoco es la primera vez que ocurre en la historia de la Ciencia y la Tecnología.

Precisamente por esto, estas investigaciones nos sitúan ante un nuevo reto al que ha de hacer frente la sociedad. Como en casos anteriores es de esperar una regulación jurídica que establezca el marco en el que los expertos en bioética juzguen lícito trabajar en este campo en beneficio de la sociedad. Es lógico pensar que para evitar situaciones de riesgo, la sociedad debe conocer la trascendencia de estas investigaciones y, en su caso, establecer normas de obligado cumplimiento, basadas en la seguridad de las nuevas tecnologías, que deberían ser los científicos los primeros en identificar y señalar.


[1] R.C. Lewontin, The Doctrine of DNA. The Biology as ideology, Penguin Books, London 1993.[2] F. Collins, M. Morgan, A. Patrinos, «The Human Genome Project: Lessons from Large-Scale Biology», en Science 300 (2003), pp. 286-290.[3] F. Collins, E. Green, A Guttmacher, M. Guyer, «A Vision for the Future of Genomics Research. A blueprint for the genomic era», en Nature 422 (2003), pp. 835-847.[4] M.K. Cho, D. Magnus, A.L. Caplan, D. McGee, «Ethical Considerations in Synthesizing a Minimal Genome». en Science, 286 (1999), pp. 2087-2090.[5] C.A. Hutchison III, S.N. Peterson, J.C.,Venter, y col., «Global Transposon Mutagenesis and a Minimal Mycoplasma Genome», en Science 286 (1999), pp. 2165-2169.[6] Fraser, y col., «The minimal gene complement of the Mycoplasma genitalium», en Science, 27 (1995), pp. 397-403.[7] R. Himmelreich, H. Hilbert, H. Plagens, y col., «Complete sequence analysis of the genome of the bacterium Mycoplasma pneumoniae», en Nucleic Acids Research (1996), pp. 4420-4449.[8] R. Himmelreich, H. Hilbert, H. Plagens, y col., «Complete sequence analysis of the genome of the bacterium Mycoplasma pneumoniae», en Nucleic Acids Research (1996), pp. 4420-4449.[9] C.A. Hutchison III, S.N. Peterson, J.C.,Venter, y col., «Global Transposon Mutagenesis and a Minimal Mycoplasma Genome», en Science 286 (1999), pp. 2165-2169.[10] D. A. Gibson, G.A. Benders, H.O. Smith, C.A. Hutchison III, J.C.,Venter, H. O. Smith y col., «Complete chemical synthesis, assembly, and cloning of Mycoplasma genitalium genome», en Scienexpress / www.sciencexpress.org / 24 january 2008, 10.1126/science.1151721[11] F. Collins, «¿Cómo habla Dios?. La evidencia científica de la fe». Editorial Temas de Hoy, Madrid 2008.[12] Gn 1,26.

Sunday, January 27, 2008

DIAGNOSTICO GENETICO PREIMPLANTACIONAL

El diagnóstico genético preimplantacional (DGP) se utiliza para
determinar que embriones producidos por fecundación in vitro, hijos de
una pareja que padece una enfermedad genética o hereditaria, no la han
heredado. Para llevarlo a cabo, cuando los embriones
tienen 8 células, alrededor de los tres días de vida, se les
extrae una célula para determinar si son portadores de la
enfermedad de sus padres. Alguno de los sanos, no más
de dos, se implantan en la madre y el resto se destruye.
El DGP se empezó a utilizar en 1990, para
detectar y desechar embriones machos que pudieran ser
portadores de una enfermedad ligada al sexo. Su utilización ha ido en
aumento, y así un informe sobre esta práctica en Europa (Human
Reproduction 22; 323, 2007), que incluye aproximadamente los dos tercios
de los DGPs realizados en este continente, muestra que mientras en 1991 se
realizaron 131 DGPs, en 2003 esta cifra llegó a las 2984. En el año 2007,
según se comenta en (Nature 445; 479, 2007), se han implantado más de
1000 embriones a los que se les había quitado una célula para practicar el
DGP.
Sin embargo, según se indica en el artículo que se está comentando
(Nature 445; 479, 2007), muchos especialistas están preocupados porque no
saben con certeza si al usar el DGP en enfermedades concretas se consigue
aumentar el número de niños nacidos sanos y si, por otro lado, el extraer
una célula de un embrión de 8 no puede tener algún efecto negativo para
ese embrión si luego se implanta, nada más nacer o a lo largo de su vida.
Aparte de usar el DGP, para determinar si un embrión es portador de
una enfermedad genética o hereditaria, gran número de DGPs se utilizan
para detectar embriones aneuploides (embriones que no tienen 46
cromosomas. Tienen 23, monosomías, o 69, trisomías). La posibilidad de
que aparezca esta anomalía aumenta con la edad de la madre. Más de dos
tercios de los DGPs realizados en Estados Unidos se llevan a cabo para
detectar embriones aneuploides y la mitad aproximadamente de las
realizadas en Europa. Los embriones aneuploides tienen más posibilidad de
ser abortados o de generar niños con defectos al nacer. Por ello, se
preconiza utilizar el DGP para detectarlos, pensando que así se podrían
reducir los abortos espontáneos y que habría que transferir menos
embriones para producir niños sanos. Sin embargo, en el momento actual
existe un intenso debate sobre si con el uso de esta práctica se consigue o
no reducir el número de abortos. Algunos autores, como Verlinsky,
7
encuentran que utilizando el DGP los abortos espontáneos caen de 68 % a
28 %. Pero otros autores, obtienen distintos resultados. Tampoco está bien
determinado si utilizando la DGP específicamente en los casos en los que
existe más riesgo de que se produzcan embriones aneuploides, como es el
de las mujeres de más de 37 años, se consigue que nazca mayor número de
niños sanos. En relación con ello, como se comenta en Nature
(445;479,2007), en un estudio belga, realizado con mujeres que tenían 37
años o más, cuando se utilizó el DGP nacieron menos niños sanos que en el
grupo de mujeres en donde no se practicó. Otros autores han encontrado
similares resultados. Esto hace que haya aumentado la controversia sobre la
conveniencia o no de utilizar el DGP dirigida a diagnosticar aneuploidías.
Pero como ya se ha comentado, hay otro problema adicional, como
es el hecho de que no se sabe bien si el propio DGP puede ser peligroso
para el embrión que lo sufre. En efecto, hasta ahora se pensaba que cada
una de las 8 células de ese embrión temprano eran exactamente iguales y
que extraer una de ellas no presuponía peligro alguno para el embrión. Sin
embargo, estudios recientes muestran que las características bioquímicas de
estas células no son idénticas y que posiblemente cada una de ella pueda
dar lugar a tejidos distintos (Nature 445; 214, 2007), por lo que extraer una
célula podría dificultar su desarrollo o afectar la salud del niño a largo
plazo. Esto último es difícil de saber, pues los niños nacidos tras utilizar el
DGP no tienen más de 10 años de vida, por lo que no se pueden conocer
como podría el DGP afectar a su salud cuando tengan más años. Por ello,
muchos expertos están de acuerdo en que se necesita hacer un gran
esfuerzo para conseguir datos sobre la salud de los niños nacidos tras
utilizar el DGP.
Como resumen, y al margen de la valoración ética del DGP, que por
otro lado es imprescindible, los expertos parecen estar de acuerdo que para
evitar tener un hijo con una severa enfermedad genética, probablemente
merece la pena utilizar el DGP, pero que, para evitar que se generen
embriones aneuploides, la utilidad de ésta técnica es menos clara.
Pero como también se desconoce el peligro que para el futuro niño
puede suponer el quitarle una célula en sus primeras etapas de vida, como
anteriormente se ha comentado, se están explorando otras posibilidades
para determinar si el embrión, hijo de unos padres con una enfermedad
genética o hereditaria, también es portador de la anomalía genética de sus
progenitores, como pueden ser detectar moléculas secretadas por el
embrión que identifiquen tal anomalía o analizar alguna de las células
destinadas a formar parte de la placenta. De todas formas, como se recoge
en el artículo que estamos comentando, Catherine Racowsky, directora del
laboratorio de reproducción asistida del Hospital de Mujeres de Boston,
manifiesta que “cuanto menos se perturbe al embrión, mejor, pues no
8
conocemos si realmente estamos haciendo algún daño al extraer las células
a los embriones tempranos”.
Finalmente, y al margen de estos comentarios relacionados con el
artículo de Nature (445; 479, 2007) a que nos estamos refiriendo, por
nuestra parte es imprescindible recordar que el DGP es una práctica
claramente eugenésica, pues utilizándola se permite vivir o no a unos seres
humanos en función de su salud, algo que nos parece contrario a las más
elementales norma ética.
Justo Aznar.

NUEVOS DATOS SOBRE EL EMBRION

Aunque trabajos del grupo Zernicka-Goetz (Development 128; 3739,
2001 y Development 132; 479, 2005), así como de otros investigadores (R
Gardner. Development 128; 839, 2110 y Fujimori y colaboradores.
Development 130; 5113, 2003), ya habían establecido que cada una de los
blastómeros del embrión temprano de ratón tiene un destino definido desde
una fase tan inicial de su desarrollo como es el embrión de cuatro células,
ahora el propio grupo de Zernicka-Goetz, da un paso más en la
identificación de estas diferencias celulares en un interesante trabajo
(Nature 445; 214, 2007) al basar dichas diferencias a mecanismos
epigenéticos. De acuerdo con ello, muestran que modificaciones de la
histona H3, relacionadas con la metilación de residuos de arginina
específicos, pueden estar asociados a los fines que deben cumplir cada una
de esas células iniciales en su futuro desarrollo biológico, comentando que
niveles elevados de metilación de los residuos arginina de la histona H3
pueden controlar que las células se desarrollen hacia células de la masa
granulosa interna del blastocisto, que como se sabe es de donde se formará
el cuerpo del embrión.
Así pues, Zernicka-Goetz y colaboradores concluyen que “sus
resultados identifican modificaciones específicas de las histonas como los
mecanismos epigenéticos más tempranos hasta ahora conocidos que
contribuyen al desarrollo de la masa granulosa interna, a la vez que
muestran que la manipulación de la información epigenética puede influir
en el destino de cada una de las células”.
Sin duda, un importantísimo descubrimiento para establecer desde
un punto de vistas biológico que la identidad del ser humano y la de cada
una de sus células se establece desde las primeras etapas de su desarrollo.

Thursday, January 03, 2008

ABORTAR EN BARCELONA


BIOÉTICA – El magnate del aborto
Paco Rego
Abrió su primera clínica en 1989, en Alicante. Su expansión fue imparable: ahora tenía en
funcionamiento cuatro, con ingresos que superarían los 12 millones. Morín, detenido por
interrumpir embarazos avanzados, tenía más negocios y pasión por el lujo.Su caída se
produce tras la estancia de la vicepresidenta en Roma.
BARCELONA (EL MUNDO, 02/12/2007, Suplemento CRÓNICA). El entra y sale en un Ferrari.
Ella, en un Maserati. Son pareja y hacen vida en las alturas. En Sant Cugat, tocando el cielo de
Barcelona, cerca de un reverdecido campo de golf. Entre vecinos ilustres. Y a un tiro de piedra
de la residencia de Joan Laporta, presidente del Barça. Nada que envidiarle. El chalé del
timonel culé luce poco comparado con las entrañas de la moderna mansión -el caserón, lo
llaman en la calle Villa de la exclusiva urbanización- que ocupaban Carlos Morín y Luisa.
Amplios jardines, jacuzzi, piscina, discoteca, un roble en el vestíbulo, un garaje repleto de
bólidos de marca... El nido del ginecólogo y su paciente. Los dos se conocieron en la consulta y
se enamoraron. Un flechazo, dicen antiguas amistades. Luisa, divorciada y madre de dos hijos,
enseguida pasó de ser clienta a enfermera.
El pasado lunes, cuando la Guardia Civil esposaba a Carlos Morín, el magnate de los abortos,
camino del calabozo, ella también caía. Luisa Durán Salmerón no sólo es su sustento
sentimental. También su mano derecha. La que mueve los hilos, cara al público, de sus cuatro
clínicas barcelonesas (tiene una filial en Madrid, CB Medical) en el lucrativo negocio de los
abortos. «Esta vez, sí, le han fallado los poderosos», se congratula alguien que trabajó para el
doctor. El ahora acusado de interrumpir embarazos en avanzado estado de gestación. A veces,
eran fetos de 30 y 35 semanas, poco menos de las 40 normales de un parto. Una «rotunda
ilegalidad», a juicio de la Fiscalía de Barcelona. Y un escándalo.
El abortero Carlos Morín
Casi tres décadas de vida catalana han convertido al peruano Morín en un auténtico potentado.
Miles de mujeres han pasado por sus manos. O por sus clínicas desde que, en 1989, abriera la
primera. Fue en Alicante. Pero es Barcelona su ciudad talismán. Allí ha alcanzado poder y
riqueza. Y ahora acaba de caer, como nunca creyó que ocurriría, al más pestilente de los
fangos: fetos casi en edad de neonatos triturados, documentos falsificados para engañar a la
Ley del Aborto, ecografías de pega...
Sólo en 2005, su buque insignia, la clínica Ginemedex (las otras tres son Barnamedic, TCB y
Emecé), facturó 1,5 millones de euros, aunque fuentes del sector sanitario multiplican por tres
la cifra declarada. Hasta tiene una fundación que lleva su apellido, aquél con el que nació, hace
58 años, en la colonial ciudad de Trujillo, uno de los primeros enclaves levantados por los
españoles en aquellos lejanos tiempos de la conquista.
Para él, su nuevo mundo fue éste. No aquél que abandonó, camino de Amsterdam y con el
título de médico sellado en Lima, con hambre de hacerse un lugar en la tierra prometida al otro
lado del Atlántico. Entre holandeses dio sus primeros pasos. Fue su viaje iniciático al mundo
del aborto.
Lunes pasado. 9.30 de la mañana. El dueño del mayor emporio de clínicas abortivas de
España se vale de una bata blanca para ocultar las esposas que acababa de endosarle la
Guardia Civil. Un coche sin identificar de la policía judicial lo espera en el número 61 de la calle
Dalmases, donde minutos más tarde Morín sería detenido en su despacho. El escándalo,
barruntado desde tiempo atrás, se hacía verdad. Los aplausos, supo después Crónica, llegaron
hasta el mismísimo Vaticano. Nunca imaginó Carlos Guillermo Morín Gamarra, hombre, dicen,
de influyentes amistades (políticos, jueces, bufetes de postín...), que terminaría tropezando con
Roma.
Desde allí llegan los ecos, con nombre y apellidos propios, de quienes le han quitado la
máscara y lo han enfrentado -parece ya que sin remisión- al veredicto de la Justicia. Con José
María Simón Castellví, oftalmólogo y hoy asesor del Vaticano para temas médicos, en el papel
de Torquemada. Con él, cuando era presidente de Médicos Cristianos de Cataluña, empezó el
calvario de Morín. Denuncia tras denuncia. Y nuevas denuncias. Palabras perdidas casi
siempre. Silencio de la Consejería de Sanidad. Silencio del Colegio de Médicos de Cataluña.
Silencio de la Audiencia Provincial...
Hasta que Castellví, de 44 años, casado y con tres hijos, llegó a Roma, hace poco más de un
año. Allí empezó la verdadera cuenta atrás del abortista. A oídos de Francisco Vázquez, ex
alcalde de A Coruña y hoy embajador de España en la Santa Sede, llegaron de primera mano
las prácticas médicas del controvertido galeno. Castellví -quien por su cargo mantiene hilo
directo con el propio secretario de Estado del Vaticano, el cardenal Tarcisio Bertone- hizo valer
su privilegiada posición en el corazón de la cristiandad. El número dos de la Curia habría dado
el empujón definitivo. Al abortista Morín le quedaban horas de libertad.
El pasado 26 de noviembre, dos días después de que la vicepresidenta, María Teresa
Fernández de la Vega, acudiera a Roma para asistir al nombramiento de los nuevos
cardenales españoles y, de paso, limar asperezas entre la Iglesia y el Gobierno de Zapatero,
Carlos Morín entraba esposado en el calabozo del Juzgado de Instrucción número 33 de
Barcelona.
No daba abasto
El olor a cárcel no le es ajeno. Por ella pasó en 1989 cuando intentaba abrirse paso en el
prometedor negocio de las interrupciones de embarazo en Alicante. Hasta allí se desplazaba
los fines de semana para practicar abortos en la clínica Ginetec, de su propiedad. «Venía en
avión, se metía en el quirófano y prácticamente no salía de él hasta el sábado por la noche. No
daba abasto. Al día siguiente cogía de nuevo otro avión y se iba directo a Barcelona», recuerda
un médico de la capital levantina. En noviembre de ese año, Morín y su fiel escudero, el
también ginecólogo Tomás Parra Parra -vocal de la sección de Tocoginecólogos del Colegio de
Médicos de la capital condal- fueron acusados de una presunta práctica de abortos ilegales y
llevados a prisión. Los dos salieron absueltos sin cargos. Ginetec, de la que Morín era
administrador único, tenía características similares a las de las clínicas registradas estos días
en Barcelona por orden judicial.
De su fortuna dice mucho la mansión que posee en Sant Cugat, valorada, según agentes
inmobiliarios, en 4,2 millones de euros (700 millones de las antiguas pesetas), los coches de
lujo y la caja que hace anualmente en sus cuatro centros médicos de Cataluña. Ninguno baja
del millón de euros de facturación, según declara. «Falso, ingresa mucho más. El triple, 12
millones como mínimo», desvela quien fue una de las personas de confianza del ginecólogo.
«Lo que pasa es que cobra en negro a la mayoría de sus pacientes. Es norma de la casa».
Las tarifas van de los 3.000 a los 6.000 euros, dependiendo del tiempo de gestación y de la
complicación del aborto. A partir del quinto mes de embarazo, la minuta del galeno suma 1.000
euros más por mes. «Las pacientes son captadas a través de una red de comerciales que
Morín tiene repartidos por Europa», describe la misma fuente. Y dice más: «Las embarazadas
llegan a Barcelona con todo incluido: aborto, hotel y comidas. Morín es muy hábil como
empresario. Sabe perfectamente que lo que menos desea la gente que recurre a él es tener
problemas de alojamiento. Vienen con muchos nervios. Y él les facilita las cosas. Gana más
dinero y todos contentos».
En una de las reservas realizada por una suiza de 33 años, de cuya tramitación tiene
constancia Crónica, se especifica claramente el día de la semana, la hora de ingreso en la
clínica y los dos hoteles (Bonanova Park y Villana) donde la joven y sus acompañantes se
alojarán antes y después de que la paciente aborte. Precio: 3.500 euros, a pagar en efectivo.
Fachada de la Clínica Ginemedex (El Mundo)
Lo que ahora se pregunta la Guardia Civil es por el destino final de los fetos. Sospecha que los
restos iban a parar a un desagüe de dos clínicas (Ginemedex y TCB). Lo dirá el análisis de
ADN del material biológico encontrado en las tuberías. Nada extraño, por otra parte. Una de las
herramientas que habitualmente se emplean en los abortos es la llamada trituradora, que
rompe el feto en mil pedazos diminutos. Y Morín la tenía. Lo confirma una hoja de pedido, a la
que ha tenido acceso este suplemento. La orden, fechada el 8 de julio de 2005, dice
textualmente: «Estimados Sres.; siguiendo nuestra conversación telefónica, sirva la presente
como confirmación de pedido de dos juntas de triturador, que serán pagadas contra reembolso
a su entrega, en la dirección que pasamos a facilitar: Clínica TCB, calle Dalmases, 34.
Barcelona».
También ladrillos
Carlos Guillermo Morín, hombre afable y caritativo, a decir de muchos, podría haber llegado a
más: a ejercer la cirugía portando el VIH. Según Epoca, fue diagnosticado de SIDA hace dos
años, e incluso estuvo ingresado dos meses en el hospital San Pau de Barcelona. Se habría
infectado el mismo año, 2005, que lo condecoraban como doctor modelo en su ciudad natal.
Allí lo adoran por haber financiado un centro de salud, pasar consulta gratis a las mujeres y
ayudar a sus paisanas inmigrantes a integrarse en España mediante cursos de formación
profesional pagados por su fundación.
Pero detrás de tanto altruismo hay otros negocios ajenos al de los abortos (ilegales): las
promotoras inmobiliarias. Una breve búsqueda en los listados del Registro Mercantil pone al
descubierto un entramado de empresas (Victorvi, S. L, Barinvest, S. L, Villacarlota, S. L, y
Global Kooning Business, también sociedad limitada) en las que el nombre de Carlos Morín
Gamarra figura, directa o indirectamente, en domicilios sociales de Barcelona, Madrid y
Alicante. A veces, como administrador único. En otras, es su mujer, Luisa Durán, la que ejerce
de apoderada.
El otoño pinta negro para el patriarca. Así llaman algunos al hombre que, allá por los años 70,
se vino a España con lo puesto. Al triunfador (dicen que tiene unas manos de oro para la
cirugía). Al amante de las fiestas y la buena mesa (le pirra la comida francesa y mediterránea).
Al coleccionista de pintura... Y de amistades. Así llaman, patriarca, a quien se atrevió a ofrecer
50 abortos, de los difíciles, en directo. Pocos fueron los que se enteraron.
Morín, un referente en la materia dentro y fuera de España, se trajo a Barcelona a la flor y nata
del sector abortero mundial: 230 expertos, a los que invitó a participar en lo que él bautizó
como Primer Simposio Internacional Multicultural de Salud Reproductiva. La reunión, celebrada
en el Hotel Meliá en octubre de 2003, incluía en una sorpresa: además de las consabidas
charlas, se ofrecía a los invitados la posibilidad de realizar en vivo medio centenar de abortos
voluntarios. Por supuesto, en los quirófanos de sus clínicas. Un éxito. Según consta en una
denuncia al Colegio de Médicos de Barcelona, firmada por el presidente de la asociación ECristians,
Josep Miró y Ardèvol, «los abortos se practicaron el viernes 17 de octubre entre las
cinco y las siete de la tarde». Entre las embarazadas, 15 mujeres con fetos de tres a seis
meses en sus vientres, y cinco más a punto de cumplir el sexto mes de gestación. Las demás
no pasaban de los tres. Una vez más, el silencio fue la respuesta.
Son las 11 de la mañana [de este jueves] y en Ginemedex, de donde se llevaron detenido al
doctor peruano, nadie contesta al teléfono. Hay que armarse de paciencia y marcar varias
veces. Pasados 20 minutos, una voz femenina atiende la llamada. El periodista se identifica y
pide hablar con algún responsable de la clínica de Morín.
-Lo siento, señor, en este momento no hay nadie disponible.
-¿Podría, al menos, decirme el nombre de la persona que está al frente del centro?
-Ummmmm [la telefonista se aparta del auricular y pregunta a alguien sin querer dejarse oír].
-Disculpe otra vez, nadie sabe dónde se encuentra la persona que usted busca. Lo siento. Me
están llamando por otra línea...
Nadie sabe. Nadie oye. Nadie recuerda. Ni siquiera los relaciones públicas que recibían a las
clientas y les recomendaban cómo tratar a Morín -si de «usted», si de «doctor», si de «tú»-
dicen palabra.
Tampoco en el hospital Belén de Trujillo, donde la fundación de Morín capta médicos para sus
clínicas en España. Se los trae, en teoría, para que aprendan. Otros dicen que ejercen como
ginecólogos sin título. Crónica les ha preguntado. Todos callan. El primero, el jefe de
Ginecología, Segundo García Angulo, íntimo de Morín. Saben que el ilustre nativo está en
prisión incondicional. Y su pareja, Luisa Durán, y Virtudes S. V, una de sus empleadas. Los tres
han sido acusados de diversos delitos de aborto, asociación ilícita, intrusismo y falsedad
documental. Otros tres detenidos (Dimas A. C., Pedro Juan L. A. y Marcial R.) podrán salir de la
cárcel pagando una fianza de entre 2.000 y 4.000 euros.
El desenlace que ha tapado, si cabe aún más, las bocas de quienes estos años han estado
cerca. Y no siempre por temor al todopoderoso jefe. «Hay gente que le protege y que puede
hundir a cualquiera», sostiene un ex trabajador del rey del aborto. «Llegado el momento, Morín
tirará de esas personas para salir cuanto antes de la cárcel o librarse de una condena mayor.
Nadie aguanta tantos años seguidos impune. Y menos si no tiene cobertura política y judicial».
Fachada de la Clínica Emecé de Barcelona (EFE)
«¿Cuánto cuesta?» «4.000 euros»
El 29 de octubre de 2006, los telespectadores daneses pudieron ver, en la televisión pública,
las imágenes que ilustraban este diálogo. Una reportera embarazada intenta pedir una cita al
doctor Morín para abortar fuera de los límites legales.
-¿Hola, es usted médico?
-Sí, soy médico.
-Llamo para hacerme un aborto.
-¿De qué país llama?
-De Dinamarca.
-[...]
-Por lo que me has contado, podemos ayudarte. Son 30 semanas, ¿no?
-Sí, 30 semanas. ¿Es eso un problema?
-No, pero te necesitamos aquí cuanto antes.
[Entrevista en el despacho de Morín]
-¿No es un problema que sea tan tarde?
-Treinta y una semanas.
- ¿No es esto un problema?
-Hay que tener más cuidado, pero no lo es.
-Entonces, ¿es absolutamente seguro?
-¿Para ti? Te lo prometo.
-¿Cómo se hace?
-Es como un parto, pero inducido. No natural, sino artificial.
-¿Y es seguro que cuando el bebé nace está muerto?
-Sí. Al 300%.
- ¿Qué es lo que se le da?
-Digoxina. Es lo que se usa para un ataque al corazón, pero en sobredosis.
[Más tarde]
-¿Test psicológico?
-Sí.
-¿Por qué?
-La única forma es demostrar que tú estás o puedes estar con ansiedad o depresión... Porque
la ley dice que si tienes un aborto es porque tienes un problema psicológico tan grande que
entonces te podemos ayudar.
-O sea, que dices que tengo esto...
-Sí, es burocracia.
-[...]
-La ley en este país dice que para abortar has de estar bajo un problema psicológico grave. La
forma de demostrarlo es con el test. ¿Seguro que quieres hacerlo?
- Sí.
- ¿Tienes el dinero?, pregunta una secretaria.
-Sí, pero no aquí, está en el hotel. ¿Cuánto cuesta?
-Cuatro mil euros.
-[...]
-¿Y qué pasa con la moral?, pregunta ella.
-Es cosa mía... usted tiene su moral; yo, la mía.
-¿Pero usted tiene moral?
-Eso lo debe decidir usted. Yo ya sé lo que tengo.
-[...]
-O sea, que no puede entender que la gente critique lo que hace?
-[...] Soy un doctor. Hablo varias lenguas. Soy mayor que usted. Mis creencias son diferentes.
-Algunos de los abortos que usted hace son de fetos que podrían vivir fuera del útero...
-Yo no soy filósofo, no estoy aquí para preguntarme si un feto respiraría o no.
-Pero algo de moral...
-Coja su moral y quédesela.
Fuente: www.elmundo.es