Andrés Ollero: "La
democracia es el mentís más radical al relativismo"
Andrés
Ollero (Sevilla, 1944),
catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad Rey Juan Carlos
(Madrid), magistrado del Tribunal
Constitucional, presenta
mañana en Madrid su nueva obra: Religión, racionalidad y política, de
la que habla en esta entrevista.
Estamos ante un profundo pero a la vez ameno
estudio, por el gracejo e ironía andaluza del autor. La conclusión a la que
llegan Ollero y sus colaboradores desde una perspectiva jurídica es que el
fenómeno religioso debe ser considerado como algo "positivo", no como
una "fuente de perturbaciones".
La libertad religiosa es un derecho
fundamental. Pero a veces se le aplican planteamientos más propios de la
tolerancia que del respeto a un derecho básico recogido en la Constitución.
"El fenómeno religioso es comparable al deporte o a la música",
repite Ollero. Corolario: "La gente no tiene por qué vivirla solamente en
su casa. La solución no es prohibir el deporte, sino que haya pluralidad y que
la gente elija".
--¿Para ser racionales hay que aparcar toda
presencia de lo religioso?, ¿lo religioso no va con lo racional?
--En el libro que presento mañana, que en el
fondo recoge lo que ha sido mi tarea académica en los años anteriores a mi
incorporación al Tribunal Constitucional, yo creo que en lo que pone particular
énfasis es en el problema de la racionalidad. Habla de religión, racionalidad y
política. De religión y política se ha hablado y se ha escrito mucho, pero yo
creo que el aspecto de la racionalidad es decisivo. En primer lugar para evitar
el planteamiento, que estudio en la figura de Augusto
Comte, de entender que la
religión es la infancia de la humanidad, y que la madurez exige un
planteamiento "racional", entendido de modo positivista, basado en la experimentación empírica y en
la constatación de hechos. Y, por otra parte, hay otro trabajo que me parece
que es también de lo más relevante del libro. Pone de manifiesto precisamente
cómo dos figuras muy distintas, como son JürgenHabermas y Joseph
Ratzinger, antes de
convertirse en Benedicto XVI, critican ese concepto de la racionalidad por
considerarlo demasiado estrecho e incapaz sobre todo de captar el sentido de la
realidad. Porque el método científico positivo es enormemente útil. Sin duda
ninguna, véanse los avances tecnológicos. Pero se limita a contar, a pesar, a
medir. No puede decir nada sobre el sentido de la realidad. Ayuda a conocer
mejor la realidad pero ignora su sentido completamente, con el peligro de que
se acabe identificando su sentido con el resultado de esa visión tan estrecha
de la realidad.
--En Suiza prohíben construir mezquitas... al
parecer, un minarete no es paisaje adecuado en Europa. ¿Prohibimos la
circuncisión? ¿La ablación? ¿El velo?
--Partiendo de la racionalidad, si lo que
abordamos son preguntas éticas, morales, políticas, jurídicas, entra en juego
una cuestión que me parece decisiva y que también es trasfondo del libro, y es
la importancia de la ley natural. Ese
problema se planteó en Europa ya, hace siglos, en una Europa dividida por
guerras de religión, en la que el ciudadano tenía que tener, el ciudadano por
llamarlo de alguna manera, el súbdito, tenía que tener la religión del
príncipe, y con una continua tensión que llevaba al enfrentamiento, incluso al
enfrentamiento bélico. Entonces, ¿cómo se resolvió aquello? Hugo
Grocioplanteó: dejemos al
margen el asunto religioso, y busquemos una vía de entendimiento a través de la
razón, captando las exigencias naturales, éticas. Entonces surge, en el fondo
como herencia de Francisco
de Vitoria, de quien Grocio
toma todo esto, el derecho internacional, para que se entienda gente distinta,
que además tiene derecho a ser distinta. Lo que es una pena es que Europa,
siglos después, parezca incapaz de resolver la misma situación, es decir, la de
personas que tienen culturas distintas, que tienen religiones diversas. Si
captan racionalmente lo que como humanos les une, podrán convivir sin ningún
problema. El problema está, como dijo Benedicto XVI ante el Bundestag
(Congreso de los Diputados alemán), en que el derecho natural se ha
convertido en una especie, paradójicamente, de doctrina confesional, como si
fuera un derecho sobrenatural. Así nos complicamos bastante. Lo que es
absurdo es un multiculturalismo entendido como una especie de yuxtaposición de
guetos. Para que haya un interculturalismohace falta distinguir con
claridad entre lo que son elementos naturales comunes y lo que son
peculiaridades culturales diversas. Hay que acentuar precisamente el papel
del derecho natural. Yo, por ejemplo, no sé qué inconveniente puede haber,
cosa que ha ocurrido, no en Suiza, sino aquí en España, en que una chica vaya
con el velo islámico a la escuela. No acabo de entender en qué puede
consistir ese problema. Y que se equipare un velo islámico a una gorra para
convertir en límite de un derecho fundamental un reglamento escolar de orden
interno, me parece un desconocimiento de lo que es nuestra Constitución
bastante aparatoso.
No sé qué inconveniente puede haber en que
una chica vaya con el velo islámico a la escuela
--¿El asunto de la ablación sería diferente,
imagino?
--Claro, ahí es donde entra en juego el
derecho natural, precisamente: en qué medida son compatibles determinadas
prácticas culturalmente asentadas con la dignidad de la mujer, con la
integridad física y moral. Ahí es donde hay que trabajar con elementos de
derecho natural que en el fondo son los que están detrás de cualquier
constitución, como el propio Benedicto XVI dijo ante el Bundestag
también, y como han dicho antes y después tantos otros.
--¿Por qué no le gusta a usted una sociedad
independiente o ajena a las confesiones religiosas?
--Es que nuestra Constitución, y España es un
estado laico, pero con laicidad positiva, según ha dicho
este Tribunal, nuestra Constitución no piensa en modo alguno en un estado ajeno
a la religión de la sociedad. Dice textualmente, en el artículo 16.3, que los
poderes públicos tendrán en cuenta las creencias de la sociedad española. Eso
demuestra claramente que ese concepto laicista está claramente fuera de nuestra
Constitución. Al que no le guste, que cambie la Constitución, pero eso es así.
--Imponer a una parte de la sociedad lo que
otra parte de la sociedad considera verdadero, ¿es esclavizar la conciencia de
esos otros?
--El derecho existe no para que cada cual
haga aquello de lo que está convencido. El derecho existe para, se quiera o no,
imponer determinadas conductas. El problema, desde el punto de vista jurídico,
no es imponer o no imponer, el problema es qué imponemos y a través de qué
procedimientos. Indudablemente no existe, salvo alguna idílica comunidad
ácrata, ninguna sociedad donde cada cual pueda hacer solo aquello de lo que
está convencido sin límite alguno. Muchas veces nos veremos obligados a
realizar conductas de las que no estamos demasiado convencidos. Para eso existe
el derecho, fundamentalmente. Para que cada uno haga aquello de lo que está
convencido, para eso no hace falta el derecho en absoluto. Por eso en el cielo
no habrá derecho, ni siquiera derecho canónico.
--¿Hay algún núcleo no relativista en la
democracia? ¿Cuál tendría que ser el núcleo no relativo que sirviera para
todos?
--La democracia es el mentís más radical al
relativismo. La democracia, cuyo origen histórico, y sobre eso no hay ninguna
duda, está en el derecho natural de la modernidad precisamente, y en el fondo
en el derecho natural clásico griego, de la democracia aristotélica, se apoya
precisamente en la existencia de unas exigencias de la naturaleza humana, en
clave moderna, la dignidad humana,
que tiene que servir de fundamento, de legitimación y posteriormente control
del ejercicio del poder. Si nada es verdad ni mentira, ¿por qué la democracia
va a ser verdad? Si somos demócratas es porque partimos de la idea de que hay
unos valores y unas exigencias éticas y políticas que están fuera de discusión.
--Pero eso no se percibe así. Desde luego
tampoco personas bien posicionadas. Lo que se ve es que el consigue la mayoría
en un momento determinado, está capacitado para llevar a cabo cambios y puede
armar un lío enorme en asuntos fundamentales, que otros defienden como verdades
y valores intocables al margen del juego democrático.
--Eso lo pueden defender personas tan bien
posicionadas como incoherentes. Porque con gran frecuencia, y en política lo sé
por experiencia, con especial frecuencia se reflexiona poco. Los derechos
humanos tienen un fundamento
natural, de lo contrario no sé de qué estamos hablando. Hablar de derechos
humanos es hablar de derechos que tiene el hombre y que puede exigir que se le
reconozcan, aunque no estén reconocidos todavía. Por eso deslegitimamos determinados
regímenes políticos, porque no los reconocen. No esperamos a que los reconozcan
para decir que existen. Si actualmente Siria está cuestionada es porque se
entiende que hay unos derechos humanos que allí no se respetan, si no, no
estaría cuestionada. Hemos convertido a los derechos humanos,
afortunadamente, en la quintaesencia de lo políticamente correcto. A la vez,
sin embargo, y lo sé bien, en términos académicos se ha convertido en
académicamente incorrecto decir que esos derechos tienen un fundamento.
Entonces, yo no sé de qué estamos hablando. La gente suele tener la idea de
que la democracia es hacer lo que diga la mayoría. En absoluto. Esta
casa, el Tribunal Constitucional, existe precisamente para que no se pueda
hacer todo lo que diga la mayoría. Hay determinidas cuestiones que diga la
mayoría lo que diga, esta casa está en condiciones de anular: son los derechos
fundamentales. De lo contrario pasaríamos a una democracia en la que la mitad
más uno puede pasar a cuchillo a la mitad menos uno.
En la política se reflexiona poco. La
filosofía no suele ser la lectura diaria de los políticos. Tampoco de los
periodistas
--Pero esta casa también podría desaparecer,
con una serie adecuada de cambios legislativos.
--Sí, pero entonces estaríamos ante un régimen
político no constitucional, y precisamente la experiencia europea de la Segunda
Guerra Mundial es la que lleva a generalizar un sistema constitucional que se
considera elemental y vinculado a la democracia. Ese sistema constitucional
consiste fundamentalmente en entender la democracia no como imposición de la
voluntad de la mayoría, sino como respeto racional a las exigencias
fundamentales de la naturaleza humana, que quedan plasmadas, reconocidas, no
establecidas, reconocidas en las constituciones. Precisamente por eso esta
misma casa ha dicho que los derechos fundamentales de los que habla la
Constitución no son un numerus clausus. Pueden surgir otras exigencias
racionalmente captadas como de la naturaleza humana, aunque no se utilice esta
expresión porque está prohibido, que entendamos también que son fundamentales.
Por ejemplo, y yo dediqué a eso mi discurso de ingreso en la Academia de
Ciencias Morales y Políticas, el derecho fundamental de protección de datos. No
está en nuestra Constitución explícitamente recogido. Pero a partir del
artículo 18.4, que habla no de derecho, sino de amenazas de la informática a
derechos, en general a todos, surgió un derecho específico de protección de
datos.
--¿Todo esto no está muy olvidado actualmente
en el debate político?
--Absolutamente olvidado porque, no nos
engañemos, la filosofía no suele ser la lectura diaria de los políticos, suelen
ser los periódicos, y tampoco la filosofía es la lectura diaria de los
periodistas. Yo, que me he dedicado modestamente a leer filosofía del derecho,
me considero como ciudadano obligado a recordar estas cosas en mis
publicaciones y cuando tengo la privilegiada posibilidad de hablar.
--¿Está usted de acuerdo con las distinciones
semánticas últimas que se hacen entre laicidad (bueno, aceptable por la
Iglesia, para la Iglesia católica) y laicismo (malo, denostado por la
Iglesia)?
-Yo soy magistrado constitucional, por lo
tanto me interesa lo que dice la Constitución. Si el Tribunal Constitucional ha
hablado, interpretando nuestra Constitución, de laicidad positiva, cabe, a contrario, que
dirían los clásicos, dar por hecho que existe una laicidad negativa. La laicidad
negativa es la que se basa en la idea, laicista, que antes ha salido a
relucir, de la separación drástica entre ámbito público y convicciones
religiosas. A veces en plan de broma he dicho que hemos pasado, lo cual es
cierto progreso, de la religión como opio del pueblo, por lo tanto de la
religión como droga cuyo tráfico hay que perseguir, en la variante marxista,
porque entontece a la gente y la anula como deseables revolucionarios, a la
religión como tabaco delpueblo: fume usted en su casa, poquito y en su
casa. El ámbito público libre de humos, sobre todo de incienso. Esa laicidad
negativa no tiene nada que ver con nuestra Constitución. La laicidad positiva,
¿en qué consiste? En entender que la religión, como el deporte, como la música,
como una serie de actividades a las que una serie de ciudadanos entusiasma más,
a otros no les entusiasma nada, se consideran positivas en la sociedad. Eso
justifica que los poderes públicos tengan una actitud de atención y de fomento
de ese tipo de actividades. Y lo mismo que se fomenta la música e incluso la ópera,
que para mucha gente es una castaña, o lo mismo que se fomenta el deporte,
aunque hay gente a la que el fútbol le pone nervioso y lo considera
entontecedor, a nadie le extraña que el rey vaya a ver un partido de fútbol o
que la reina vaya a la ópera. Bueno, pues igual. A nadie le debe extrañar que
los reyes vayan a una ceremonia religiosa, sobre todo si es además la expresiva
de la inmensa mayoría del país. Eso es lo normal, cuando se entiende que la
religión es un aspecto más del paisaje social y que incluso es enriquecedor. Y
esto está muy presente en el libro y es muy interesante, es enriquecedor
precisamente de los valores democráticos: eso lo dicen dos autores recogidos en
el libro que no tienen nada que ver con la Iglesia católica. El ya citado Habermas,
que se declara de muy mal oído para la religión, sordo para la religión, y John
Rawls, norteamericano, que
no tiene nada que ver con la religión católica. Ambos entienden que los
elementos religiosos son alimentadores de lo que Rawls llama razón pública. Y
Habermas subraya que las grandes religiones mundiales pueden y deben aportar
razones al debate democrático; que el estado liberal se empobrece
contradictoriamente si pone freno a esa aportación de razones. Así pues, para
empezar, se elimina la identificación entre religión e irracionalidad, como si
la religión fuera algo irracional, perturbador, y creador de problemas, para
por el contrario, y son personas que no son creyentes en un caso, y en el otro,
si lo es, que yo creo que no, desde luego no católico, pasan a entender la
religión como algo que puede ser una fuente de razón que no va a salir de otro
sitio. Por lo tanto, el estado liberal se empobrecería. Habermas, que es un
alemán muy sensible a problemas eugenésicos, porque la experiencia de su país
le ayuda, está convencido de que estos intentos actuales de biotecnología poco
respetuosa con la vida humana, incluso con lo que él llama vida humana
prepersonal, porque para él la persona es un tema jurídico que no le interesa
demasiado, eso, los criterios éticos para frenar la biotecnología irrespetuosa
con la vida humana, no van a venir de Wall Street. Está convencido de eso
claramente, y aunque él no sea creyente, entiende que de donde sí pueden venir
es de la religiones.
Hemos pasado, lo cual es cierto progreso, de la
religión como opio del pueblo, por lo tanto de la religión como droga cuyo
tráfico hay que perseguir, en la variante marxista, porque entontece a la gente
y la anula como deseables revolucionarios, a la religión como tabaco
delpueblo: fume usted en su casa, poquito y en su casa
-¿Por qué tanta gente opina lo contrario, es
decir que la religión es perturbadora, negativa para la sociedad?
--Por el papel de la cultura predominante, y
de los medios de comunicación que se alimentan de esa cultura y ayudan a
configurarla.
--¿Y por los errores del pasado? ¿Por la
relación entre las religiones y las guerras?
--No, no. Es como ha sucedido siempre en la
historia de la humanidad. A pesar de que estamos muy autosatisfechos, la
ignorancia no ha desaparecido. Ni la sabiduría sigue siendo una característica
de la inmensa mayoría de la humanidad. Lo mismo que yo de física atómica no sé
nada, hay otras personas que a lo mejor tienen grandes responsabilidades y que
no se han parado a estudiar estos asuntos y a darse cuenta de en qué medida su
discurso es coherente o incoherente. Les basta con ser seguidos y aplaudidos
por otros que tampoco los estudian.
--Un estado que no se guía por verdades, por
valores si se quiere, ¿se puede convertir en una banda de ladrones, como decía
San Agustín, o ya se encarga la democracia de evitarlo?
--Mire a Hans
Kelsen. Es una figura muy
característica que expresa, y en este libro se refleja, la insuficiencia de la
racionalidad positivista para captar el sentido de la realidad. Porque además
Kelsen es un autor de una envidiable honestidad, de una envidiable coherencia.
No le importa quedar en evidencia. Él dice: yo manejo este concepto de razón, y
con este concepto de razón llego hasta donde puedo llegar. El resultado es para
asustar a cualquiera, porque claro, cuando él luego habla de la democracia, es
fuera de su método. Él tiene un método científico que le lleva a hacer una
teoría del derecho que es incapaz de ir más allá de donde va. Kelsen no admite
que haya unos derechos fundamentales que puedan condicionar al legislador.
Estamos en una cultura postbélica totalmente distinta de la de Kelsen, que fue
precisamente una víctima del nazismo y tuvo que emigrar, y una víctima de la
debilidad de Weimar y de su relativismo, y se tuvo que ir a
Estados Unidos para que no acabaran con él. Estamos en la cultura que estamos,
afortunadamente. Hemos llegado, después de una dolorosísima guerra mundial y de
un genocidio, a una cultura que entiende que hay valores humanos verdaderos, por
supuesto, porque esa distinción entre verdades y valores es primeramente
estratégica, valores humanos que hay que respetar, diga lo que diga la mayoría.
--Parece que eso se está olvidando otra vez.
La impresión es que hemos entrado en una fase social nueva en la que eso se
está olvidando.
--En efecto, como consecuencia de un déficit
de derecho natural, o sea, de un déficit de racionalidad. Cuando la política,
el poder, se desvincula de la racionalidad, estamos perdidos. Hasta ahora, a lo
que se daba por desvinculado de la racionalidad era a la religión. Pero el
problema es que la política se desvincula de la racionalidad. Si negamos que
existan unas exigencias éticas objetivas racionalmente cognocibles, que eso es
el derecho natural, si eso se niega, tenemos una democracia que flota en el
vacío, y a la hora de la verdad los derechos fundamentales acabarán siendo lo
que diga el que manda. Lo cual es falsear el sistema.
Solamente con un laicismo confesional se
entiende que una capilla en una universidad pública se considere una
profanación
--"Las creencias religiosas no se pueden
imponer a nadie, eso es el integrismo". Cuando usted oye eso, que se dice
mucho hoy en día, ¿en qué piensa en primer lugar?
--Ya hemos dicho antes que el derecho existe,
nos guste o no, de alguna manera para imponer. Porque incluso cuando protege,
protege imponiendo a quien pueda amenazar aquello que protege. En lo que
entramos simplemente es en un ámbito de discriminación religiosa, sin más.
Porque, por ejemplo, ¿qué dice Rawls a esa pregunta? Rawls dice: para mí, lo
religioso es absolutamente equivalente a lo filosófico y a lo moral. Sostener
que si algo es religioso no se puede imponer equivale a decir que no se puede
imponer nada que tenga algo filosófico, lo cual es absurdo, porque todo tiene
algo filosófico. O no se puede imponer algo que tenga una relevancia moral, lo
cual es sencillamente absurdo porque entonces el derecho no existiría, porque
el derecho, sus exigencias fundamentales, generan obligaciones morales. El no
matar es jurídico y genera una obligación moral. A Rawls eso le parecería un
absoluto disparate. El propio Habermas habla, y en el libro queda reflejado, de
una sociedad postsecular, entendiendo por postsecular a una sociedad
postlaicista, lo cual viene a decir: el estado liberal se ha metido en un
callejón sin salida con el tema del laicismo porque se obliga a sí mismo a
empobrecerse al vetar una serie de aportaciones que vienen de las religiones
sin tener ningún tipo de garantía de que las puede sustituir por otras. En el
fondo lo que acaba ocurriendo, y la figura de Augusto Comte es muy clara al
respecto, es que el positivismo, y el laicismo, que es su traducción política,
se convierte él mismo en religión y en confesional. Solamente con un laicismo
confesional se entiende que una capilla en una universidad pública se considere
una profanación, cosa que ocurre entre nosotros. Solamente convirtiendo el
laicismo en confesional se entiende que se prohíba a un profesor universitario
dar una conferencia en una universidad por ser Papa, como ocurrió en La
Sapienza en Roma. Eso es el confesionalismo más estúpido que cabe imaginar.
Porque además es tramposo. Está hecho basándose en una presunta
aconfesionalidad y en una presunta neutralidad que es la neutralización de lo
que con todo derecho fundamental piensa la sociedad.
--Educación laica, no a la religión en la
escuela pública. ¿Sí o no?
--Artículo 27.3 de la Constitución española:
los padres tienen derecho a elegir la formación religiosa y moral de sus hijos,
en el mismo artículo en que se dice que la educación básica es obligatoria y
gratuita. Por tanto, si hay una educación obligatoria se entiende que incluye
las ideas morales y religiosas. Ahora bien, cómo eso se articulará depende un
poco de la realidad social en la que nos encontremos. Si el 70 por ciento de la
población se declara libremente católica, lo lógico es que haya enseñanza de la
religión católica en la escuela. Si hay otra confesión, como puede ser el caso
alemán... ¡donde hay facultades de Teología! Recuerde la broma que Benedicto
XVI expresa en Regensburg, la de un catedrático que decía: aquí en esta
universidad tenemos dos facultades dedicadas a algo que no existe, que es Dios.
Bueno...la cultura es la que es y la democracia funciona como funciona.
Sigamos: entonces, si hay otra confesión religiosa que tenga en su momento un
arraigo social efectivo y constatable, lógicamente habrá también enseñanza de
ese tipo en la escuela. ¿Por qué no la va a haber? Y como es lógico, si unos
padres eligen para sus hijos la enseñanza de determinada confesión, pues
querrán tener la garantía de que quien enseña está enseñando esa confesión, y
por tanto la jerarquía de esa confesión tendrá que ser la que acredite a ese
profesorado. Eso es elemental y en nuestro caso está articulado a través de un
tratado internacional dada la dimensión de la Santa Sede en el ámbito
internacional. Pero en otros casos se podría hacer a través de las leyes que
existen: con la comunidad islámica, con la judía y con la evangélica. Ahora
bien, lógicamente, si el número de alumnos es mínimo, entonces se buscarán
otras fórmulas. Hay muchas sentencias del Tribunal Constitucional en concreto
acreditando la enseñanza de la religión en la escuela, en la escuela pública,
por supuesto.
-- "Las calles podrán rebosar de
símbolos y manifestaciones religiosas, pero la escuela ha de mostrarse
aséptica. Por lo visto tales símbolos han de considerarse deseducadores";
"rezar por la conversión de Rusia tendría ya mucho que ver con lo de la
paja en el ojo ajeno"; "no deja de resultar surrealista que cuando,
por fin, se integran en la ansiada Europa de las libertades hubieran de ceder a
Estrasburgo lo que no concedieron a Moscú". Como bien sabe, son citas de
su nuevo libro. ¿Tiene que ver este tono irónico, humorístico, con la crítica,
exacerbada en un sector de la prensa, que hubo contra usted cuando le nombraron
magistrado del Constitucional hace un año?
--Tiene que ver con mi manera de ser que
afortunadamente no es fruto de ninguna réplica a ningún medio de comunicación.
Sin considerarme ningún genio, me parece que mi biografía tiene una mayor
complejidad. Lo que sí quiero es no engañar a nadie. En el libro hay trabajos
muy dispares. Lo digo porque muchas de esas afirmaciones es fácil que se hayan
hecho en contenidos del libro que podríamos considerar divulgativos, aunque
alguien benévolamente los calificaría de alta divulgación. Porque la capacidad
de un profesor de ser divulgativo siempre suele frustrarse un poco. Entonces,
por ejemplo, si se trata de una conferencia, como hay una ahí, sobre el
relativismo, pues lógicamente habrá expresiones mucho más sueltas que si se
trata de un artículo sobre Comte que me temo que no tenga cuestiones tan
chistosas. Y sin duda puede deberse a que el autor es sevillano y tiene una
cultura que le hace expresarse de una manera determinada.
--¿Para cuándo la ponencia sobre el recurso
del PP a la ley del aborto de Zapatero, o lo cambia todo la actual reforma en curso de Gallardón?
--El orden del día de los plenos, y esto irá
al pleno, se va resolviendo, y lógicamente lo resuelve el presidente del
Tribunal Constitucional en contacto con los magistrados. Lo que yo encontré al
llegar hace un año, puesto que se había anunciado ya la ley, es que parecía más
sensato esperar un poco a que esa ley se conociera. Por un lado, ante la
posibilidad de que pudiera hacer perder objeto al recurso que se había
presentado, o que incluso que los que presentaron el recurso se plantearan
retirarlo. Y sobre todo, me parece, para evitar cualquier asomo de intromisión
política en un anuncio legislativo, como el que se había hecho. La verdad es
que ha ido pasando el tiempo y no sé. Yo creo que habrá que volver a plantearse
qué hacemos, porque el recurso sigue aquí y la ley no llega a salir. Con lo
cual, yo no descarto que se plantee la posibilidad de un pronunciamiento, que
ya digo, que se ha ido demorando por esa tesitura. Estamos a punto de cambiar
de presidente del Constitucional, como es bien sabido. Supongo que el nuevo
consultará al resto de los magistrados a ver cuál sería la actitud más
oportuna. Yo, como ponente, en cuanto me digan que es el momento de llevar al
pleno, pues llevo al pleno una ponencia. Eso no me va a costar mucho trabajo
porque entre otras cosas, entre mi actividad académica, he dirigido un máster
de bioderecho durante años. O sea, que no me va a costar mucho trabajo, y
además lo he hecho lógicamente comentando la doctrina de la Constitución
española sobre el particular expresada por su propio tribunal, de manera que no
me va a costar mucho trabajo continuar esa doctrina. Pero estamos en esa
tesitura.
Que algo sea inconstitucional es bastante difícil.
Hay muchísimas estupideces que son perfectamente constitucionales,
afortunadamente
--O sea, que va a tardar todavía
--No lo sé. Dependerá del nuevo presidente y
de sus consultas.
--Ve justificada esta crítica a su
nombramiento: "¿Es razonable que quien ha dedicado dos décadas tan
decisivas de su vida a hacer una interpretación en clave política de la
Constitución se convierta en el máximo intérprete de la Constitución en clave
jurídica"?
--Si no conociera a Javier Pérez Royo [el
autor de la crítica] me sorprendería mucho eso. Pero yo a Javier Pérez Royo lo
conocí cuando él tenía 16 años y jugaba al ping-pong en las congregaciones
marianas, yo iba al Cineclub Vida. Luego, en la facultad, iba un curso por
debajo del mío, y tuve un trato amistoso con él. Pero él dijo algo más, dijo
una cosa que me llamó relativamente la atención, porque lo conozco bien. Es que
yo, como diputado, había votado contra muchas leyes, y que por tanto cómo ahora
podría enjuiciarlas constitucionalmente. Es algo parecido a lo que me ha
citado. Claro, con esa afirmación ignoraba algo que a mí me sorprende en un
catedrático de Derecho Constitucional. Y es que parece que el único motivo que
tendría un diputado para votar contra una ley es que
fuera contraria a la Constitución. Yo estoy de acuerdo con alguien que fue
vicepresidente de este tribunal. Después de su paso por aquí llegó a esta
conclusión: que algo sea inconstitucional es bastante difícil. Yo, cuando
siendo diputado oía a un congresista argumentar: "Esto que dice esta ley
es inconstitucional", como si fuera la única razón para rechazarla,
siempre pensaba que eso era bastante absurdo. Alguien también ha dicho, no es
fuente personal: "Hay muchísimas estupideces que son perfectamente
constitucionales, afortunadamente". Tenemos una Constitución muy abierta
en la que caben muchísimas cosas razonables y muchísimas tonterías porque,
diríamos, lo que está prohibido es muy poco. Conclusión: es absurdo entender la
política como si fuera decir sí o no a la Constitución. La Constitución lo
único que nos hace es establecer un mínimo del que no cabe prescindir. Nada
más. A partir de ahí empieza el debate político. ¿Y un señor que ha intervenido
en el debate político puede establecer ese mínimo? Pues claro que sí. ¿Por qué
no? Si pusiéramos esa exigencia aquí tendrían que venir profesores de
matemáticas desinteresados por la política, digo yo, pero me parece que no es
esa la función que se busca, precisamente. Estoy seguro de que los que van a
elegir, espero, ya dentro de unos días, no sean profesores de matemáticas
ajenos a todo interés político.
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