Sunday, November 12, 2006

EUTANASIA

El pasado 17 de enero la Corte Suprema de Estados Unidos sentenció
que el Fiscal General no puede prohibir que los médicos del Estado de
Oregón proporcionen determinados fármacos a sus pacientes para ayudarles
a suicidarse si se cumplen los requisitos previstos en la ley sobre suicidio
asistido, que entró en vigor en ese Estado en 1997. Dicha ley permite a los
médicos recetar productos letales a los pacientes mayores de edad, con una
esperanza de vida inferior a seis meses y que, tras comunicar verbalmente
su deseo de suicidarse, lo reiteren por escrito 15 días después. Esa sentencia
me ha recordado una noticia publicada en 2000 en Los Ángeles Times. Un
hombre desesperado estaba a punto de suicidarse en su vivienda y unos
policías le gritaron: "si te vas a suicidar, date prisa... y hazlo; así nos
podremos marchar de aquí". Momentos más tarde, aquel pobre hombre se
pegó un tiro en la cabeza, con la consiguiente indignación de los que
presenciaban la escena.
Evidentemente, cuando alguien decide suicidarse -tanto si está
enfermo como si está sano pero desesperado- no lo hace porque quiera
morir sino porque quiere dejar de sufrir. Por eso llama la atención que una
sociedad pueda responder de formas tan diferentes ante el deseo del suicida,
según sea su situación clínica. Lo explicaba muy bien hace unos años Mark
Pickup, un enfermo canadiense de esclerosis múltiple: "si una persona sana
presenta tendencias suicidas, recibe ayuda, incluso se le somete a un
tratamiento psiquiátrico hasta que pase la crisis. El objetivo es .procurar que
esa persona recupere su autoestima para poder vivir con dignidad. Si es un
enfermo incurable o un discapacitado, la discusión gira automáticamente en
tomo a expresiones como "muerte digna", "libertad de elegir la propia
muerte" o "acto de autonomía y autodeterminación". ¿Por qué esa
diferencia? (National Post. Toronto, 6 de enero de 1999).
Un informe de la OMS del 2004, con motivo del Día Mundial de la
Prevención del Suicidio, cifraba en un millón el número anual de muertes
en el mundo por suicidios. Más que la suma de los que mueren por
homicidios y por guerras. Un serio problema de salud pública, por tanto,
que reclama medidas para prevenirlo y no medidas legislativas para
facilitarlo.
De este contrasentido advertía Javier Mahíllo, un joven profesor de
filosofía que falleció por un cáncer hace pocos años: "¿Podemos recriminar
a nuestros adolescentes que pongan fin a sus jóvenes vidas cuando
atraviesan terribles etapas de amargura y desesperación y reivindicar, a
renglón seguido, nuestro derecho a suicidarnos para evitarnos sufrimientos?
Pues no me parece lógico". (Vivir con cáncer. Espasa, Madrid, 2000).
A veces se afirma que un enfermo incurable que pide a su médico
ayuda para suicidarse está tomando una decisión perfectamente libre y sin
ningún tipo de condicionamientos. Pero probablemente esa libertad esté
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muy condicionada por la propia enfermedad: de hecho, el paciente está
optando por algo que no conoce y que acabará con su propia libertad.
Seguramente la petición de muerte no nos parecería racional en alguien que
estuviera en una situación normal y cuya libertad no estuviera tan
condicionada. Puede ser bueno recordar que la libertad tiene mucho que ver
con la capacidad de independencia de lo externo. En un enfermo grave, las
circunstancias que le rodean -una atención deficiente de sus necesidades, la
sensación de inutilidad y de ser una carga, el miedo al dolor, el deterioro
físico, la falta de autonomía- pueden estar condicionando seriamente su
libertad, y presentándole el suicidio como la única escapatoria de una
situación que le resulta -o se imagina en el futuro- insoportable. Por otra
parte, se ha comprobado una gran fluctuación en los deseos de los enfermos
que están en fase terminal y una elevada prevalencia de cuadros depresivos,
que muchas veces no son diagnosticados -no es sencillo hacerlo- ni tratados.
También está descrito en estos pacientes el llamado síndrome de
desmoralización: pérdida de sentido, distress psicológico, desánimo,
desesperanza, etc.
Amar, según Pieper, es decirle a alguien: "es bueno que tú existas".
Mairaux parece en sintonía con esa idea cuando afirmaba: "la verdadera
civilización consiste no sólo en reconocer que el otro existe, sino en verlo
como imprescindible". Muchas veces, el enfermo que solicita la eutanasia o
pide ayuda para suicidarse, está haciendo una pregunta subliminal a los que
le cuidan: "¿es bueno para ti que yo exista? ¿estás contento de que yo siga
viviendo? ¿hasta qué punto estás dispuesto a seguir cuidándome con
alegría?". La respuesta se la daremos con nuestra actitud. Ojalá sea la que
siempre animó a Cecyl Saunders, pionera de los Cuidados Paliativos: "No
estamos aquí para ayudarte a morir; estamos aquí para ayudarte a vivir hasta
que mueras" ( Damián Muñoz, DM 6-III-2003).

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